"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

martes, 25 de noviembre de 2014

Testimonio de una mujer rota



Por fin me atrevo a abrir los ojos. Estoy sentada en una mecedora de mimbre y escucho la respiración tranquila del pequeño Mateo desde su cuna. Todo está en silencio, todo está a oscuras. Intento no llorar, pero no me sale. Lloro... Me permito llorar. Ahora él no me ve; está durmiendo en nuestra cama, en nuestra enorme y cada vez más fría cama.

Sollozo y Mateo se revuelve inquieto. Me acerco y le miro... "Shhhhh... Tranquilo". Le doy un beso en su pequeña manita. Salgo de puntillas y me acerco al baño. Entro, me siento en el suelo y me hago una bola. Intento dejar de pensar, pero todas y cada una de las frases de anoche me golpean la cabeza. "¿Pescado? ¿Otra vez? Sabes cuánto odio el pescado?"; me derrumbo... "¿Te crees que me paso el día matándome a trabajar para llegar a casa y encontrarme con esto?"; noto como el poco rimmel que me queda de ayer me chorrea por la cara. "¿Qué no alce la voz?, ¿a ti te parece normal esto?"; vuelvo a cerrar los ojos... Recuerdo perfectamente lo que viene ahora. "Acabas de despertar a Mateo... ¿No lo entiendes?, ¡Cállate! No eres nadie para gritarme". Creo que sus palabras ,e dolieron más que lo que vino después. "¿Sigues pensando en que tengo un problema con la bebida?, ¿de verdad? ¡Cállate! Espero que hayas aprendido la lección". Sacudo la cabeza. Tengo que borrarme todo esto de la cabeza.

Enciendo la luz y me miro en el espejo. Recuerdo la primera vez que lo hice y vi mi cara llena de marcas, el maquillaje corrido y mi pelo completamente despeinado. Recuerdo mi gesto de horror. Pero eso fue hace mucho. Me lavo bien la cara y me echo maquillaje para borrar los rastros... Cada vez tardo más en hacerlo... Cada vez es todo más difícil. Termino de prepararme y me preparo para salir a trabajar. Esta va a ser la última vez que me hace esto.

Salgo del baño y me lo encuentro.

-Cariño...-me viene a abrazar.
-Déjame.
-Cariño, sabes que lo siento mucho.
-No te creo.
-Te prometo que esta va a ser la última vez que...
-¿La última vez que qué? Eso me dijiste la semana pasada. Y la anterior. Y la anterior.
-Ya, pero esta vez es distinta- le miro a los ojos... Tiene razón, está realmente arrepentido-. Déjame recompensártelo. Esta noche nos vamos los dos a cenar fuera. Solos tú y yo.
-Bueno...

Me abraza y me da un beso. Sonrío... Y con esa sonrisa salgo al rellano donde está mi vecina del quinto.

-Qué feliz se te ve... Se nota que tu marido y tú hacéis buena pareja.

Y entonces me doy cuenta... Qué importa lo que nos pase, si en el fondo le querré siempre...




jueves, 13 de noviembre de 2014

El vendedor de sueños

Te sorprenderá encontrarte esto aquí, aunque quizás ya te lo esperabas un poco. No lo entiendo... ¿Por qué yo?, ¿Por qué no cualquier otro?

Me preguntabas si recuerdo la primera vez que no vimos... No podría olvidarlo aunque quisiera. Era un martes por la tarde, yo tendría unos doce años y diluviaba como si no hubiera un mañana. Yo estaba molesta, muy molesta. Aquel día había sido todo un infierno de muchas maneras distintas. Y además estaba empapada. Entré corriendo en tu tienda para resguardarme de la lluvia y me puse a dar una vuelta hasta que noté una voz en mi espalda.

-¿Necesitas algo?-ahora puedo decírtelo... Tuve miedo, miedo a que me echaras de allí de mala manera porque solo era una niña que estaba pasando el rato para no mojarse.
-No, solo estaba...-empecé a titubear.
-Solo estabas esperando a que acabara de llover, ¿verdad?
-Sí...-me puse nerviosa. Muy nerviosa, incluso los ojos se me pusieron llorosos... Jamás imaginaría lo que pasaría en ese momento.
-Bueno, pues si vas a quedarte aquí un rato, mejor que estés entretenida... Ven, te voy a enseñar la tienda.
-De... De acuerdo.

Y esa vez fue la primera vez que me fijé. Siempre pasaba por delante, pero nunca me detenía a mirar. Es más, creo que esa era la primera vez que entraba. Tengo que confesártelo, aquel día tu tienda me dejó a cuadros. Nunca había estado en un sitio con tantas estanterías gigantes llenas de lomos de millones y millones de libros. Y lo que más me gustó fue una pequeña salita a la que se llegaba subiendo una vieja escalera de caracol. La pequeña salita desde donde se veía el exterior mediante una gran cristalera.

-Toma-pusiste entre mis pequeñas manos un libro-. Yo creo que este libro te gustará. Quédate aquí arriba leyendo mientras deja de llover, que tengo que ir abajo a cuidar de la tienda-y me sonreíste de una manera que jamás olvidaré.

Yo me quedé allí sin saber muy bien que hacer. La verdad es que yo no leía mucho, por no decir nada, así que primero me quedé observando la calle. Veía pasar a mucha gente con sus paraguas o tapándose con un gorro. Pronto me aburrí y decidí ponerme a leer, a ver qué tal. Oliver Twist. El titulo ya me aburría, pensé. Pero aun así empecé. Y ya solo recuerdo una cosa... Que cuando levanté la cabeza un momento y miré hacia la calle me llené de una sensación que no me había pasado nunca. Veía pasar a todo el mundo con mucha prisa, casi corriendo y a lo suyo. Y allí estaba yo, en un comodísimo sillón, tranquila y sin prisas. Disfrutando como nunca lo había hecho nunca. Sonreí y con ese sentimiento nuevo baje la vista al libro. Yo no lo sabía, pero me acababa de enamorar. Me acababa de enamorar del momento, del libro... Del placer de leer.

Pasaron horas y escuché un ruido en la puerta.

-Oye-dijiste-, no pretendía asustarte, pero como ya hacía tiempo que había dejado de llover y no habías bajado... Era por si te había pasado algo.
-No... Se me había pasado la hora...
-Eso significa que el libro te ha gustado, ¿verdad?
-Sí
-Lo sabía-sonreíste de nuevo.
-¿Qué hora es?
-Las siete y media.
-¡MI MADRE ME VA A MATAR! Me tengo que ir.
-¿Te has acabado el libro?
-No...
-¿Por qué no te lo llevas?
-Es que ahora mismo... No tengo dinero.
-Hagamos una cosa...-me miraste con complicidad- yo te dejo el libro y la semana que viene me lo devuelves. Así puedes acabarlo.
-¿No te importa?
-Mientras lo cuides bien...

Guardé el libro en la mochila y me dispuse a salir. Cuando ya estaba en la calle, volví.

-Muchas gracias-te dije.
-Muchas veces-respondiste.

A partir de entonces las visitas a tu tienda fueron cada vez más frecuentes. No sé si era el sitio, el puro placer de leer o tú mismo. Me dabas confianza... El viejo librero feliz. Creo que nunca te he visto sin sonreír... Y eso es genial.

Cada vez que iba me dejabas un libro distinto... Podía pasarme horas leyendo en la pequeña salita con un café en la mano, charlando contigo sobre cualquier tema o ayudándote a ordenar los libros. Cualquier cosa que hacía allí me hacía feliz. Además, si tenía mal día o cualquier problema, entre los libros y tú me hacíais olvidarlo.

Creo que aquí he podido volar más de lo que podré volar en toda mi vida. Tú no vendes libros... Vendes viajes, vendes aventuras, vendes experiencias... Eres lo más parecido que existe a vender sueños.

Pero ahora que he escrito esto me vuelve mi pregunta a la cabeza. ¿Por qué yo? ¿Por qué me ofreces a mí quedarme con la tienda cuando te jubiles?

Supongo que tendrás tus razones, pero no puedo evitar pensar en lo difícil que va a ser. Esta tienda tan grande estará muy vacía sin ti. Pero si es lo que tu quieres... Yo puedo intentarlo. Pero que sepas que el sillón de la pequeña salita está reservado para cada vez que te apetezca venir... Y espero que eso ocurra a menudo.

Esta es mi respuesta... En una carta dentro de un libro que recientemente te he pedido para releer. Oliver Twist. ¿Qué mejor manera de simbolizar un nuevo comienzo que el principio de todo?

martes, 11 de noviembre de 2014

El Cuento del Hombre del Taxi 37.

Pocas cosas más tristes hay que ver como una persona con mucho potencial se descompone, se rompe y se queda vacío. Como esos ojos llenos de brillos de ilusión se vuelven grises y monótonos, como todo en esta vida.

Yo trabajo conduciendo un taxi. Y gracias a ese empleo conocí a la mejor persona que recuerdo. Julián era un hombre un poco mayor que yo, calvo y canoso. Pero lo más importante de Julián no era su físico. Julián nunca jamás perdía esa sonrisa, aunque lloviera, hiciera excesivo calor o le tocará la persona más pesada del mundo. Dicen que si tenías la suerte de cruzarte con el hombre del taxi 37 por la mañana tenías buen humor todo el día.

Julián fue mi bote salvavidas en muchas ocasiones. Por problemas familiares y personales no pude acabar mis estudios y tuve que ponerme a trabajar. Entonces fue cuando conocí la magia. Julián fue quien más me apoyó tras la muerte de mi madre y quien me hizo creer que, en realidad, podía aspirar a mucho más cuando mi novia me dejó. Fue casi un segundo padre para mí...

Julián era feliz. Siempre lo decía, que no le faltaba nada. Tenía una mujer preciosa y muy inteligente ("Demasiado guapa para mí", como decía entre risas) y un hijo que era la cosa más bonita que he visto en mi vida, Andrés.

Aún recuerdo cómo venía el canijo de Andrés a saludar a su padre todas las tardes antes de ir al parque. Esos cinco minutos cada tarde en la parada del taxi donde trabajábamos me ayudaron a ver que Andrés era realmente especial. Hablaba con una soltura que no era normal con la escasa edad que él tenía. Y cuando fue creciendo fue mejorando y aprendiendo. Era inquieto, curioso y muy creativo. Un día me trajo un par de folios doblados como si fueran un libro con un cuento que había escrito e ilustrado él. "El Cuento del Hombre del Taxi 37", donde relataba aventuras en las que su padre hacía feliz a toda la ciudad. Me dejó con la boca abierta... Andrés era magia... Era como su padre y tenía todo un futuro brillante por delante. O eso creía.

Lunes lluvioso. Nueve y media de la noche. Un coche. Un taxi. El hombre del taxi 37. Un fuerte impacto. Un ruido ensordecedor. Luego silencio. Luces de policía. Luces de ambulancia. Y negro. Negro para siempre. Así debió de ser para Julián.

Pocas cosas más tristes hay que ver como una persona con mucho potencial se descompone, se rompe y se queda vacío. Como esos ojos llenos de brillos de ilusión se vuelven grises y monótonos, como todo en esta vida.

Me dicen que Andrés ha perdido su magia. Creo que su madre ya no es tan preciosa como lo era, me dicen que ha envejecido diez años en apenas meses. Sí que es verdad que el tiempo se le hacía eterno. Ahora solo busca encerrarse en sí misma e intentar entender el por qué de todo. También me dicen que Andrés ha guardado para siempre su lápiz y que ahora ni se preocupa en los estudios.

Y a mí me gustaría creer que esto es solo un rumor en malas lenguas, pero no sabéis cuánto duele tocar la realidad cuando te tocan la ventanilla y aparece la sombra de Andrés tan solo para pedirte un cigarrillo... Parece mentira que las manos temblorosas que sujetan el cigarrillo sean las misma que firmaron el cuento que con un sentimiento agridulce guardo en mi guantera. "El Cuento del Hombre del Taxi 37".

jueves, 23 de octubre de 2014

Te dije que sería un problema... Te dije que no era buena.

Fue una noche de sábado borrosa. Bajabas las escaleras de aquel bar mientras te arremangabas las mangas de tu camiseta de calaveras. Reconozco que no pude dejar de mirarte durante toda la noche... Te hiciste el duro, pero al final acabaste viniendo.

"¿Una copa, señorita?" preguntabas mientras me olisqueabas como si fuera un buen whisky. Pero no me importaba, estaba demasiado borracha. "¡Qué demonios!" dije "coge dos cervezas y volemos". Al fin y al cabo somos jóvenes, tenemos que pasarlo bien.

Pasó el tiempo y desde entonces yo dormía más en tu cama de lo que yo deshacía la mía. Fue intenso durante un tiempo, pero poco a poco te fuiste haciendo aburrido.

Yo no podía estar así. Tenía que seguir poniéndome faldas cortas y esa gran raya en el ojo. No podía soportar no salir de copas... No podía soportar tomarme las cervezas en casa. No podía soportar no ser el centro de las miradas.

Tengo que decir que de algo sí me arrepiento; acostarme con ni ex novio en el callejón de detrás del bar fue incómodo... Siempre he preferido las camas. Pero tienes que reconocer que fue mala suerte que justo en ese momento pasaras por allí y nos vieras... Lo que no puedo entender es que te pusieras a gritar así y te fueras llorando.

¿De qué te quejas? Yo nunca te he engañado. Te dije que sería un problema... Te dije que no era buena. Estábamos jugando, ¿no? Tú juego ya me cansaba... Y preferí dejarlo. Total soy joven, lo importante es pasármelo bien.

Supongo que no te equivocas al decir que eras mi tipo... Tatuajes, músculos y olor a cerveza. Pero pregúntales a los anteriores... Al fin y al cabo no supiste darme algo nuevo.

Pero te lo advertí... Te dije que sería un problema. Te dije que no era buena.

martes, 30 de septiembre de 2014

Tu callejuela del romero

No sé si creerás que siempre que tengo que salgo a dar un paseo acabo en la misma calle. Y que, cuando paso por ella, todavía paso la mano por las jardineras, las únicas que tienen romero en toda la ciudad, y me la acerco a la nariz para oler ese aroma tan especial que tanto te gustaba. Y pensarás que es una tontería, pero cada vez que lo hago, se me empañan los ojos y no puedo evitar que alguna lágrima recorra mi cara. Pero con una sonrisa, tal y como te lo prometí.

Sé que ya ha pasado tiempo, pero todavía me cuesta. Me he acostumbrado ya a tener una cama de dos metros solo para mí, a preparar la cafetera solo para uno y a no preparar esas galletas que tanto te gustaban. A esas cosas tan cotidianas ya me he acostumbrado... Al fin y al cabo a todo eso me he tenido que enfrentar todos los días.

Lo que me supera son los detalles. Tu canción favorita, tu serie favorita, tu película favorita... Tu olor favorito. Esas cosas que me hacían y me hacen pensar en ti.

Y bueno, aquí estoy, en tu callejuela del romero, con la mano llena de agujas verdes y los ojos vidriosos, pero sonriendo como una tonta. Porque aunque duela, estos detalles es lo único que me queda de ti. Porque aunque duela, esta es la única manera que tengo de permitirme recordarte después de tu muerte... Porque aunque duela, esta es la única manera que tengo de ser totalmente feliz por un instante.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Ese día... El día en el que tú no volviste.

Ese día salí a hacer compras. Llevaba la lista de la compra pensada desde hace días. Me movía entre las estanterías rápido, aun teniendo tiempo de sobre. Cogía y tachaba de la lista, chocolate, lechuga, fresas, limones... Tenía tiempo de sobra, pero ese día tenia que salir todo perfecto. Ese día... El día en el que tú no volviste.

Ese día me pase la tarde cocinando. Lo hacía realmente contento y animado, solo pensando en lo mucho que disfrutaríamos comiendo esa cena. Removía el chocolate mientras se derretía al baño María, preparaba la ensalada que a ti tanto te gusta, preparaba el pescado para hornearlo el tiempo justo... Fluía rápido por la cocina, nunca me había sentido así. Solo pensaba en ti. Solo pensaba en lo perfecto que tenía que salir todo ese día. Ese día... El día en el que tú no volviste.

Ese día preparé la mesa intentando controlar todos los pequeños detalles. Estuve preparando un centro de mesa con tus flores favoritas, y busqué la combinación de colores que más te pudiera gustar para la mantelería y colocando cada plato en su sitio. Cogí la botella del mejor vino que encontré y la abrí para que se oxigenara. Solo pensaba en las muchas sensaciones que viviríamos juntos en esa mesa. En cogerte de la mano mientras vieras la sorpresa que te había preparado el día de nuestro primer aniversario de boda. Ese día... El día en el que tú no volviste.

Ese día, al tenerlo todo preparado, me di una ducha y me vestí con el mejor traje que tenía. Me preparé como si fuera a recibir a una reina, a mi reina. Cogí entre mis manos una rosa blanca, tu favorita, y me senté a esperar. Miré el reloj. Estabas a punto de llegar. Aunque ese día no lo harías. Ese día... El día en el que tú no volviste.

Ese día miraba el reloj cada dos minutos. Me empecé a poner nervioso... No podía esperar a disfrutarlo contigo. Pero ese día recibí una llamada. El timbre del teléfono inundó toda la casa, llenándola de algo que no me gustaba. Cogí deprisa... Y salí corriendo. Ese día... El día en el que tú no volviste.

Ese día llegué corriendo al hospital y te vi tumbada en una camilla con los ojos cerrados y llena de tubos. Ese día tuve que aguantar el discurso de un médico sobre lo grave que estabas tras un accidente de coche. Ese día pasé toda la noche agarrando tu mano hasta que algo empezó a pitar. Llegaron miles de enfermeros y médicos con cara de preocupación y me echaron de la sala. Ese día solo era un tonto con un traje impoluto, la cara desfigurada y la mano todavía cerrada...  Como si pudiera agarrarte la mano. Ese día... El día en el que tú no volviste.

Dos semanas después estaba sentado en mi cama, con los nervios a flor de piel y mirando al suelo. Entonces sonó la puerta de mi casa y entraste. No había una gran cena esperando. No había una gran mesa cuidada hasta el detalle. Solo estábamos tú y yo, en medio del silencio. Entonces levantaste el brazo enseñando una bolsa con comida para llevar y me dijiste: "Feliz aniversario, cariño". Me di cuenta de por qué habías tardado tanto. Y me di cuenta de que era realmente feliz de poder cogerte de la mano otra vez. Ese día... El día en el que me di cuenta de lo mucho que te necesitaba.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Yo soy aquel...

Yo soy aquel niño que jugaba a sentarse en el lugar del piloto del coche. Al que le gustaba tocar los botones, pisar los pedales, cambiar las marchas y tocar la bocina. El que soñaba con tener su coche y viajar lejos, a muchos kilómetros por hora, todo el día montado en su coche. Yo soy aquel chaval de doce años que soñaba con tener mi propio coche. Aquel con el que iría a mil viajes con mis amigos y la música a tope. Aquel con el que iría a lo alto de una montaña con mi novia para ver el atardecer y las estrellas cogidos de la mano. Yo soy aquel joven de dieciocho al que ahora mismo le aterra pensar en coger el coche para hacer las prácticas. Aquel que no puede evitar ponerse nervioso al pensar en el día de su futuro examen. Aquel al que conducir ya no le parece un juego de niños.

Yo soy aquel niño que soñaba con vivir en su propia casa. La casa donde podría acostarme tarde después de ver la tele. La casa donde podría tener el perro que tanto esperaba y donde mis amigos no se tendrían que volver a la hora de cenar. Yo soy aquel chaval de doce que no podía esperar a tener su propia casa después de discutir con sus padres. La casa donde podría ser libre y donde podría hacer lo que me da la gana. Yo soy aquel joven de dieciocho que no puede imaginarse ahora mismo haciendo todo lo que se necesita para poder llevar una casa. Aquel que no se ve capaz de autogestionarse y conseguir seguir por su cuenta. Aquel al que vivir solo no le parece un juego de niños.

Yo soy aquel niño que esperaba salir del colegio en el que estaba desde los tres años. Aquel que soñaba con ir a la universidad y estudiar lo que más me gusta. Aquel que no podía esperar a ponerse a trabajar. Yo soy aquel chaval de doce que se maravillaba al ver películas de universitarios, con el ambiente, las fiestas, la gente de un lado para otro, las clases más para mayores... Yo soy aquel joven de dieciocho que no puede creerse que haya llegado el momento de empezar la universidad. El que piensa que ojalá haya otro curso de bachillerato. El que no quiere dejar a sus amigos atrás y empezar de cero. Aquel al que empezar la universidad no le parece un juego de niños.

Yo soy aquel niño. Yo soy aquel chaval de doce. Yo soy aquel que no podía esperar a crecer y ser adulto. Yo soy aquel joven de dieciocho. Yo soy aquel que quiere aferrarse lo más posible a su yo del pasado.

Yo soy aquel joven de dieciocho que tiene que ser consciente de que el cambio ya ha empezado.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Bang, bang

La luz estaba apagada... Todo estaba en silencio. Se miró la mano y sintió el peso de aquel revólver. Miró al frente y vio una gran cristalera con el paisaje de la ciudad que nunca duerme. Nueva York. Con la mano libre coge la copa de champagne que tiene en la mesa de al lado. Le dio por reír. Alto, a carcajadas, mientras observaba la noche en esa ciudad de locos. Bebe un largo trago de la copa, casi hasta el final. En su cabeza solo puede ver imágenes borrosas, sin ningún orden ni sentido.
Repasó el plan. Llegaría su marido dentro de un poco, encendería la luz y la encontraría allí, de pie, con su vestido negro, despampanante, perfecto con la ocasión. Levantaría el revólver hasta que le apuntara y disfrutaría de cada gesto de terror que se dibujaría en su cara. Le soltaría el discurso sobre que ella se ha enterado de que le ha sido infiel, bebería de la copa, dejaría unos segundos de tensión y... Bang, bang.
Se imaginaba la escena en la cabeza una y otra vez y mentalmente repasaba su monólogo. "Mi vida está hecha de sueños rotos, afilados... Tan afilados que me duelen". Bang, bang. "Hace tiempo que noto que ya no me miras con esos ojos brillantes". Bang, bang. "Si te digo la verdad te entiendo, ahora te toca entenderme a mí". Bang, bang...
Se empiezan a escuchar el sonido de unas llaves... Ella se levanta y se pone enfrente de la puerta de entrada. Se abre la puerta y él aparece. Ella levanta el revólver con una sonrisa tan bella como siniestra, con los ojos rabiosos.
Él se queda paralizado... Su cara no muestra más que terror puro... Terror puro y... ¿Confusión? Pero ya es tarde.
"Si te digo la verdad yo te entiendo" dice ella "ahora te toca entenderme a mí". Ella bebe un trago de la copa y respira hondo, su dedo roza el gatillo. Él no dice nada, no sabe qué decir, ni siquiera sabe qué está pasando. El sudor le recorre por la espalda... Frío, helador, como presagiando lo que se acerca. Él cierra los ojos... Y se prepara para lo que venga.
Entonces ella lo hace real. Aprieta el gatillo. Bang, bang. Puede asegurar que no se arrepiente de ello. Bang, bang. Y ahora ella es más feliz que nunca. Bang... Bang.
Las serpentinas salen de la boquilla del revólver. Ella le grita a su marido " Feliz aniversario, cariño" y corre a abrazarle. Y entonces él se da cuenta. Se da cuenta de que con ella todo es especial... Y que, aunque ahora mismo casi ni puede respirar del susto, ella es lo mejor que le ha pasado en la vida. Bang, bang.

domingo, 29 de junio de 2014

Firmamos un amor con fecha de caducidad

Bueno... No puedo escribir... Me tiembla la mano. Es más, ni sé cómo empezar... Porque he visto esto en un montón de películas y libros y tal, pero es ponerse delante de este folio en blanco y... No poder decir nada... Y no poder dejar de sentirlo todo.

Me gustaría empezar diciendo lo típico de "si estás leyendo esto es porque..." pero eso significa que aún queda esperanza porque no lo leas... Pero yo me marcho mañana y tu te quedas aquí. Sí o sí. Pase lo que pase. Y estoy casi seguro al cien por cien de que ya no nos volveremos a ver...

Y ahora me vendrás con que ahora todo es más fácil... Con que con el Whatsapp y con Skype y con todas esas tonterías mantenerse en contacto mantener nuestra relación será coser y cantar... Pero sabes en el fondo que no.

Sabes que firmamos un amor con fecha de caducidad. Un amor que, al igual que las hojas de los árboles, se caería con la llegada del otoño. Firmamos sentir la pasión, sí, pero enlatada en dos meses... Sin prórrogas absurdas. Lo sabes. Firmamos largos días al sol de la mano y cortas noches intensas vividas entre besos intensos cargados de sentimientos... Firmamos paseos en la orilla del mar, firmamos puestas de sol rojas, como el vestido que te gusta ponerte al volver de la playa. Firmamos horas de conversaciones sentados en el muelle, con nuestros pies extendidos y colgados, encima de un mar color azul... color tus ojos. Firmamos ser todo durante un tiempo corto y nada durante el resto de la eternidad...

Y ya no sé que va a pasar seguro, pero volveremos a nuestras casas y contaremos lo nuestro a todos... Orgullosos y felices de haber encontrado a una persona que creemos perfecta. Mantendremos el contacto y nos llegarán mensajes de buenas noches largos, llenos de amor y complicidad. Volverá el inicio del curso y los madrugones y las buenas noches serán cada vez más cortas y más tempranas. Empezaremos a tener días en los que ya ni hablemos. Y lo peor será empezar a darnos cuenta de que tampoco nos importa demasiado. Llegarán los exámenes, las movidas en casa, las actividades extraescolares... Y poco a poco todo esto, sumado a los muchos kilómetros que nos separan se nos irá echando encima, hasta que nos ahoguemos y ya ni sea necesario decir que ya hemos acabado.

Ni siquiera sabemos si nuestros padres escogerán este lugar para volver el año que viene. Ya no seremos nada... Y prácticamente nos olvidaremos el uno del otro. Nos llevaremos un buen amigo, una gran anécdota, la duda de qué habría pasado sin esos kilómetros que nos separan y el deseo de repetir un verano así. Al menos eso me llevaré yo.

Pero puedes tener por seguro que estos dos meses contigo han sido magia... Que nunca lo olvidaré, nunca. Yo siempre digo que estamos hechos de instantes, de momentos... Buenos y malos. Y tu me has dado miles de momentos que llevaré de por vida. Y aunque me gustaría no tener que darte esta carta y poder romperla en mil pedazos para tirarla al mar para que se ahoguen mis dudas, mis miedos y, sobre todo, mi tristeza; esto es un adiós. Y créeme cuando digo que si he escrito esta carta es porque no puedo decírtelo en persona sin derrumbarme.

Ojalá dentro de unos años encuentres esta carta entre tus cosas y te haga sonreír al recordarme. Ojalá.

Y ojalá este adiós sea un hasta luego... Pero me parece que el verano ya ha terminado...

Gracias por ser el amor más perfecto del verano más perfecto de la historia. Te voy a echar de menos.

Siempre, siempre, siempre tuyo.
N.

sábado, 24 de mayo de 2014

La niña de los ojos claros.

Y allí estaba otra vez. La niña de los ojos claros, talandrándome hasta el centro de mi alma. Tocando donde duele. Con su coleta y sus movimientos, marcando el ritmo de la música, del baile y de mi corazón. Cada gesto, cada paso es una pulsación de mi gastado corazón. No soporto verla, allí, al compás de la melodía que, por muy rápida y movida que sea, es la más triste que he oído. No lo soporto... No quiero soportarlo, no puedo soportarlo. Porque sé que volverá y me romperá los pocos trozos de alma que he podido unir después de que me la rompiera en pedazos. Debo ignorar su mirada, su baile, su todo. Y me despertaré empapado en un sudor espeso, pero el sueño seguirá... Porque ella no se ha ido, nunca se irá. Puede que suene a locura, pero vivo dentro de una camisa de fuerza... La que crearon sus besos. Y ahora me escondo detrás de estas palabras, quizás por miedo a salir... Quizás por miedo a olvidarla. Porque después de todo lo que me ha hecho, yo sin ella, sin sus ojos claros y sin sus movimientos, no sería nada... No sería nadie.

miércoles, 23 de abril de 2014

Oigo. Escucho. Callo. Silencio.

Entro. Te veo. Te observo. Me siento. Oigo. Escucho. Callo. Silencio. Recuerdo. Me levanto. Ando. Me siento. Preguntas. No respondo. Desapareces. Recuerdo. Dolor. Cierro los ojos. La veo. Mi madre. Mamá. Mamá recogiendo. Mamá haciendo la comida. Mamá canta. La oigo. La escucho. Lo oigo. La puerta. Un hombre. Entra. Me escondo. Va con mamá. Hablan. Mamá está asustada. Mamá llora. Lloro. Un ruido fuerte. Un grito. El hombre huye. Me levanto. Hablo a mamá. Oigo. Escucho. Callo. Silencio. Grito a mamá. Oigo. Escucho. Callo. Silencio. Ando. Voy con mamá. Sigo llorando. Había sangre. Mamá en el suelo. Mamá ya no canta. Me desvanezco. Dejo de recordar. Abro los ojos. Te veo. Oigo. Escucho. Callo. Silencio. Te observo. Cierro los ojos. Grito... Me desvanezco.

domingo, 20 de abril de 2014

Los monstruos no viven debajo de mi cama

Antes creía que los monstruos vivían debajo de mi cama, dentro de mi armario, en la esquina oscura de mi habitación. Que en cualquier momento iban a saltar a comerme y que solo taparme hasta la cabeza con la sábana podía protegerme. Temía a la oscuridad, a su negro profundo, a todo lo que podía esconderse ahí. Antes lo creía... Y no sabes cuánto lo echo de menos.

Ahora no tengo miedo de los monstruos de debajo de la cama. No tardé en darme cuenta de que no existían y de que lo que hay dentro de mi armario son chaquetas y jerseys. La oscuridad ya no es un peligro...

Ojalá pudiera decir lo mismo del silencio.

Poco a poco me voy dando cuenta de que los verdaderos monstruos llevan años creciendo en mi cabeza. Todas esas voces, todo lo que se esconde ahí dentro, eso que te hace plantearte si realmente llevas tu vida por el mejor camino.

Ya sabes, esas voces que te dicen que desistas, que nunca vas a conseguir tu sueño; que si todo va bien, puede cambiar en un momento; que la vida no siempre es justa. Todas esas voces. Esas barreras. Esos monstruos que tengo en la cabeza. Y, claro, como toda voz, se escucha mejor con el silencio... Y entonces es cuando empieza todo.

Volvemos a lo de siempre. Todo esto pasa porque crecemos. Dejamos los problemas superficiales por problemas más profundos. Y lo digo yo, que acabo de empezar a gatear en esto de la vida. Pero crecer es crecer... Y no podemos quedarnos mirando atrás.

Tenemos que luchar y demostrarnos a nosotros mismos que todos esos monstruos que viven en nuestras cabezas son los mismos que los que se escondían debajo de nuestra cama... Pura ficción.

viernes, 18 de abril de 2014

Y no te preocupes por nada más, que desde donde esté yo cuidaré de ti.

A mi nieto:

Te hablo para despedirme, ya sabes que dentro de un poco tendré que irme y no podré verte en mcuho tiempo... Así que pensé que te merecías un adiós en condiciones. Y créeme que si está siendo duro leer esto, no te imaginas lo que me tiembla a mí la mano mientras lo escribo.

Ha sido poco tiempo, tienes toda la vida por delante y yo ni siquiera te voy a ver acabar el instituto. No voy a conocer a tu mujer ni a los hijos que tendrás, ni a poder disfrutar de ellos. Es muy duro oír esto... Pero es la verdad. Aunque prefiero pensar lo que me llevo de ti.

Recuerdo el primer día, aquel frío día de octubre, cuando te vi por primera vez. Eras la cosa más pequeñita y más bonita de todo el mundo y dormías tranquilo en tu cuna. Poco a poco vi tus primeros pasos, tus primeras palabras, tus primeros juegos. Fuiste creciendo y yo a tu lado.

Siempre dicen que el vínculo entre un abuelo y un nieto es de los más especiales que puedan existir. Pero lo nuestro va más allá. No sabes lo que he disfrutado contigo, incluso cuando esta enfermedad llamó a mi puerta. Todas esas tardes viendo películas, hablando sobre temas sin importancia y jugando a cartas han sido de lo mejor que he vivido. Y todo es gracias a ti.

Y, bueno... ¿que no voy a ver el pedazo de hombre en el que te vas a convertir?, ¿que no voy a poder ver como eres feliz cumpliendo tus sueños?, ¿que no voy a estar cuando me necesites? No te preocupes... He visto tus comienzos, no dudo que llegarás a ser todo lo que te propongas. Porque tú puedes con todo.

¡Ah! Hazme un pequeño favor... Cuida de la abuela. Sé que todo esto le va a afectar mucho y necesitará que estéis allí para animarla. Y no te preocupes por nada más, que desde donde esté yo cuidaré de ti. Hazme el favor de no cambiar. Y que, dentro de muchos años, cuando podamos volver a darnos un abrazo, estés tan orgulloso de tu nieto como yo lo estoy de ti. Te quiero.

domingo, 13 de abril de 2014

¡Por China!

Dicen que el último año antes de la universidad es un año de puntos y final, de cerrar ciclos. Ya sabéis, de despedirte de tu clase y de tu gente de toda la vida. Y esto es cierto, no voy a mentiros. Pero yo este año he empezado una nueva aventura, he comenzado un ciclo.
Muchos no lo entenderéis, pero tampoco necesito que lo hagáis. Pero cada sábado, cuando una manada de niños baja corriendo las escaleras a la sala de juegos, me vuelven los sentimientos del primer día, cuando, hecho un manojo de nervios, comencé la aventura de ser monitor de tiempo libre. Desde entonces no he parado. Pero es que no sabéis el bien que te hacen esos pequeñajos, cuando te vienen con una sonrisa a darte un abrazo o cuando te piden que sean tú pareja en el futbolín.
Pero, como casi todo camino, tienes que tener compañeros de viaje. Y yo no puedo tener mejores. Todo ese equipo de monitores, una pequeña familia. Esos que te apoyan cuando tienes un día de bajón, los que te abrazan cuando lo necesitas y con los que ríes en los mejores momentos.
Mucha gente, para celebrar el inicio de la vacaciones, habrá salido de fiesta este fin de semana. Yo he estado salvando China. Bueno, más exactamente me han secuestrado y me han tenido que salvar. Pero eso no importa. Lo importante es que ha pasado mi primera Gaueko y ahora, tras un poco de descanso, me encuentro con los sentimientos encontrados.
Han sido semanas de duro trabajo. De preparar guion, decorados, juegos... Pero, ¿sabes? Ahora mismo no me acuerdo de eso. Solo me acuerdo de la cara de los niños al verlo. De sus risas, sus caras de asombro y sus caras de aburrimiento después de una de mis chapas de guion. Bueno, de eso y de todos los buenos momentos que hemos pasando preparando todo. Y, en este momento, me he dado cuenta.
Tengo los mejores compañeros de viaje a mi lado. Eso sin duda. Fíjate que han conseguido vencer a los hunos y rescatarme. Y ahora, llenando el álbum de recuerdos que recién acabo de estrenar pienso en todo lo que me queda por vivir... Y no siento más que ilusión.
Solo me queda agradecerles a ellos. Los que me han hecho sentir tan a gusto desde el minuto uno. Los que me han hecho vivir tantos momentos buenos. Y quiero hacer una mención especial a esos dos monitores que tienen la primera parte del álbum casi completa. Gracias por enseñarme tanto y por ayudarme a empezar. Estar con vosotros en Interior ha sido un verdadero lujo, de verdad... Todas las horas con vosotros eran geniales y, aunque nos pongamos gordos por no parar de comer paquetes de bocabits y cheetos pandilla, repetiría está comisión una y otra vez. Y que se os va a echar de menos, porque sois dos monitores como no los hay.
Así que ahora, con horas de sueño acumuladas, un montón de disfraces y cosas que recoger y una galleta de la suerte en el bolsillo, sólo puedo sentirme feliz. Por poder vivir está aventura, con los chavales... Y con este gran equipo. Gracias, de verdad.

martes, 18 de marzo de 2014

Aquí está oscuro, pero no tengo miedo.

Aquí está oscuro, pero no tengo miedo. Este frío cajón solo me sirve para recordar todo lo que he sido y todo lo que he visto. Pero bueno, supongo que vuelvo a ser solo una nariz de payaso abandonada cogiendo polvo. Aún recuerdo los inicios, cuando un joven de solo diez años abría la caja que me guardaba. Puedo ver todavía su brillo en los ojos y esa sonrisa de oreja a oreja. No sé que pudo ver en una triste nariz de payaso, pero era realmente feliz cada vez que me sacaba en alguna fiesta y hacía su espectáculo. Daba igual que creciera, sus números fueron mejorando y sus chistes cada vez generaban mas risas. Ese joven siempre estaba alegre y repartía ilusión a todos, daba igual qué tipo de personas fueran. Siempre llevaba una sonrisa en los labios y a mi en su nariz.

Aquí todo está en silencio, pero no tengo miedo. Este frío silencio solo me sirve para recordar el sonido de todas las risas que escuche durante esa etapa con él. Aún recuerdo cuando, después de la universidad, preparó las maletas y echó a volar lejos, dispuesto a sacarle sonrisas a todas aquellas personas que sufrían. Con la ayuda de una ONG, fue cumpliendo el objetivo de su vida... Recuerdo su viaje por algún que otro país africano, los miles de amigos que hizo y las lágrimas que le resbalaban por la mejilla cuando se montó al avión camino a casa. Y también recuerdo que, por muy duro que se le hizo el camino, cada vez que estaba con él, de su boca solo salían pequeñas bromas y chistes. Y alguna que otra risa.

Aquí estoy sola, pero no tengo miedo. Esta soledad me sirve para recordar la compañía que él me hizo. Cuando, siendo ya no tan joven, empezó a trabajar de profesor de niños pequeños. A veces me llevaba a las clases, pero ya no estaba todo el día pegado a mí. Yo lo entendía, ahora tenía que ser más serio. Y poco a poco nos fuimos separando. Pero lo peor llegó unos años después, cuando le jubilaron. Entonces me sacaba del cajón y me miraba durante unos minutos... Supongo que le ayudaba a recordar toda su vida. No entendía el por qué, hasta que un día me metió en el bolsillo de la chaqueta y me sacó a la calle. Creo que me llevó al hospital, porque le escuché hablar con un médico. De repente, metió la mano en el bolsillo y me apretó con fuerza. Entonces lo pude oír: "los análisis han dado positivo... Usted tiene Alzheimer". Se despidió y volvimos a casa. 

Ya no sé qué más ha pasado. Me metió en el cajón y nunca más me volvió a sacar. Aún le oigo a veces... Pero ahora solo llora. Creo que la sonrisa ha desaparecido. Es una pena, porque gracias a él miles de personas han sonreído... Y ahora nadie le hace sonreír a él. Aún así, el dicho tenía razón..."La nariz del payaso es la máscara mas pequeña del mundo, la que menos esconde y la que más revela." Y él me ha enseñado que que te llamen payaso es lo más grande del mundo.




lunes, 17 de marzo de 2014

Tic tac (parte final)

Pero ella, ella por darme me dio hasta una hija, a parte del privilegio de poder compartir cama y crear historias juntos. Lástima que mi hija se fuera a trabajar al extranjero con veintidós años y que un viejo coche de segunda mano dejara un rastro de sueños rotos, ojos vidriosos y noches en vela al llevarse a mi mujer por delante cuando iba a cruzar el pan. Aunque mis dibujos para ella no acabaron hasta unos meses después. Aún siguen guardados en el cajón, junto a mi cuaderno y mi primer lápiz. Silencio. Basta ya de recordar.
Tic tac. Tic tac. Cada movimiento del segundero del viejo reloj de la mesilla suena como si una gota me cayera en la frente. Tic tac. Gota a gota, hasta atravesarme entero. Las cinco y diez. Parece que lleve horas en esta cama, pero el tiempo no debe regirse por ninguna norma. Y esto es así noche tras noche, día tras día, minuto tras minuto.

Algo se mueve dentro de mí y me hace latir más fuerte. Siento que algo ha cambiado y que, tras varios años de dejar que acumulen polvo, tengo la necesidad de coger mi cuaderno y volver a sentir el tacto de mi lápiz. No me acuerdo de por qué dejé de dibujar, y menos ahora que es cuando más me puede ayudar. Cojo el lápiz y, antes de empezar a romper la uniformidad de blanca de la hoja, lo recuerdo. Este maldito temblor en mi mano derecha que no me permite hacer una línea recta. Respiro hondo. Hoy no importa. No puedo posponerlo más. Miro la foto de la boda y comienzo.

Ninguna pestaña ha quedado recta. Su pelo liso ha tomado un ondulado que jamás he visto en ella. Sus ojos vibran nerviosos y su sonrisa no se muestra tan segura con tantas curvas. Una lágrima camina por mi rostro, haciendo un surco y quemándome a su paso, y cayendo por mi barbilla, muere al chocar contra el dibujo. Duele saber que por este maldito temblor, el único retrato que le he hecho no… No sea ella de verdad. Si hubiera sabido esto, le habría hecho un retrato cada noche, cuando su respiración tranquila que tenía al dormir me decía que no había nada por lo que tener miedo. Cómo he podido ser tan tonto.

De repente, un ruido ensordecedor desgarra el silencio y una luz cegadora aparece en el techo de la habitación, creando una puerta hacia un camino en el que no se vislumbra final. Y de esa puerta, se asoma mi mujer. Rápidamente escondo el dibujo, no se merece tal desperdicio, es demasiado poco. Pero ella sonríe como solo ella puede, y me tiende una mano. La mano con la que batía los huevo para hacer un bizcocho, con la que ponía música en las frías tardes de invierno, con la que me ofrecía un caramelo al salir del trabajo. Y me elevo hacia ella, sintiéndome libre y ligero, muy ligero. Y, aunque la tentación es muy fuerte, no me giro; porque ya sé lo que voy a ver. Mi cuerpo vacío, recostado en la cama, con un cuaderno y un lápiz entre las manos. Pero no me importa. Lo dejaría todo por seguirla. Y ahora me dirijo a un nuevo sitio con ella. Un sitio en el que los “para siempre” realmente no mueren nunca. Un sitio en el que mi cuaderno de dibujar tiene infinitas páginas. 

miércoles, 12 de marzo de 2014

Tic tac parte 3

Llegó un compañero del trabajo de mi padre y nos dijo la frase que cayó, palabra por palabra, rompiendo las paredes de la jaula que rodeaba nuestra casa. “Tú padre ha muerto”. Tú padre. Muerto. Mi padre. Muerto.
He de decir que mi madre apenas lloró, por fin era libre, libre de esta condena que había durado diecisiete años y un día. Pero no enfrentábamos a problemas. Teníamos dinero como para que un persona viviera holgada y cómoda, pero como para que dos vivieran con el agua al cuello. Así que decidí- y digo decidí para no decir que mi madre me obligó- irme a una gran granja donde buscaban jóvenes para trabajar a cambio de cobijo y comida. Así que, con diecisiete años recién cumplidos, medio huérfano (o huérfano total, para el caso) y ya estaba fuera de casa.
Nunca he sido muy sociable, como ya supondréis. Los pocos años que fui a la escuela no me llevaba mucho con nadie, y en los momentos de descanso solía estar solo o pegado a un grupillo al que no encajaba. Así que tenía miedo de perder la posibilidad de estar solo, miedo a ser un estorbo. Miedo a perderme y no volver a encontrarme nunca más.
Llegué a la granja junto a otras siete personas, tres chicas y cuatro chicos. Y empezaron mis días plantando el huerto, ordeñando vacas y despertándome al canto del gallo; y contra todo lo que esperaba, formamos un grupo los ocho y todos los días, al acabar la jornada, nos juntábamos para compartir historias. Y en ocasiones, uno de los chicos sacaba una guitarra y despedíamos las últimas horas de sol con alegres compases.
Además, había un árbol perfecto que me permitía cobijarme bajo él para pasar mis largas horas dibujando en mi viejo cuaderno, siempre con el primer lápiz en el bolsillo, como símbolo de que todo podía ir bien, o, al menos, no ir mal. Que no es poco.

Día tras día, una de las jóvenes pasaba junto al árbol y, tras el saludo de cortesía, me miraba de reojo mientras se iba. Y yo la miraba. Día tras día. Hasta que en una ocasión, tras el saludo, se quedó de pie junto a mí y me preguntó si se podía sentar. Me entró miedo, ¿y si quería hablar? ¿Qué hago? Pero no. Se sentó a verme dibujar sin decir ni una palabra. Sonreía cada vez que el lápiz rozaba el papel. Y aunque me ponga nervioso al estar a solas con alguien, con ella no me importaba.
Quizás era porque comprendía mis silencios y todo lo que hablaban a gritos. O porque me gustaba su sonrisa y todo lo que iluminaba. O porque simplemente me gustaba ella y todo lo que me hacía sentir. Solo sé que esperaba esos momentos con ganas. Con muchas ganas.
Y realmente soy incapaz de recordar cómo pasó, pero empecé a dibujar para ella, a arrimarme más en el cobijo de debajo del árbol y a empezar a cogerla de la mano en nuestros paseos con olor a hierba mojada.
Realmente, no sé qué es lo que hice. No lo sé. Jamás entenderé qué vio en mí. Ella era la que lo daba todo y yo solo era el callado artista. Pero funcionó. Y eso… Eso se convirtió en el motivo por el que empecé a creer que el pasado solo fue la razón por la que comencé a dibujar, lo que me hizo enamorarla.
Veinticuatro años y proclamaba el “Sí, quiero” frente a la chica más maravillosa del mundo. Y una lágrima me recorría la mejilla mientras articulaba con sus finos labios el “sí”. Porque ella quería estar toda la vida conmigo. Conmigo. Y yo solo le daba dibujos. De todo tipo, menos un retrato suyo, ya que siempre que lo empezaba, arrugaba el papel en forma de bola y lo arrojaba a la basura. No me veía capaz de reflejar todo lo que ella era en una hoja.

martes, 11 de marzo de 2014

Tic tac parte 2

Porque no tardamos en darnos cuenta de que mis padres no eran la pareja ideal. Y, aunque guardaban las apariencias, no se podía ignorar la frontera que construyeron separando cada lado del colchón, marcando territorio. Y aprendieron a sobrevivir y no  a convivir, su pareja era su mayor enemigo. Odiaban cada minuto que pasaba y su único consuelo era recordar que un día más es un día menos. Solo la tregua que se daba cuando mi padre salía a trabajar evitaba que todo esto volara por los aires.
Así fue mi niñez y así soy yo. Porque cuando tus nanas de cuna son los gritos insultantes, las palabras cargadas de odio e indiferencia lanzadas como cuchillos y los llantos rotos, decides pasar desapercibido, intentar que no se tengan que preocupar por ti, eliges la mediocridad como modo de vida. Y las cuatro paredes que te encierran, pero que te liberan, empiezan a verte crecer y cambiar y comienzan a ser, prácticamente, tu mundo. Porque salir de ella se plantea como un suicido, una misión casi imposible.
En estas ocasiones, hay que buscar un método de evadirte del mundo e intentar concentrarte en algo fuera de todo esto, más que nada, para intentar que desaparezca y para que, por un momento, puedas sentir que no hay problemas. Y yo encontré el mío.
Una noche, tras varias horas de discusiones, me encerré en mi cuarto y cogí un folio, mejor dicho, una hoja de un viejo cuaderno. Y un lápiz. Y surgió la magia. Mi mano comenzó a deslizarse ágilmente por el papel, marcándolo con un suave trazo a cada paso que daba. Pasaban los minutos y el lápiz apenas levantaba cabeza de aquella blanca superficie. Un árbol. No era el mejor dibujo del mundo, pero no necesitaba que lo fuera. No había ganado el don de dibujar, había conseguido la llave para abrir la jaula y escapar de todo. Y eso es lo que me hacía falta.
Y a ese árbol le siguió un perro. Un atardecer. Mi habitación. Otro árbol, ahora desnudo por la llegada del invierno. Una montaña nevada. Siempre en blanco y negro para solo romper la pureza uniforme del blanco con la oscuro mina del lápiz. Raya a raya, trazo a trazo, hasta completar el dibujo. Un pájaro. El huerto del vecino. El río del pueblo. Observaba y dibujaba, esa era mi rutina. Y me gustaba.

Guardaba todos los dibujos escondidos en un rincón de mi cuarto y no salía de casa sin tener en el bolsillo el lápiz con el que dibujé mi primer árbol. No lo usaba para dibujar, pero era como mi amuleto, lo que me enseño a empezar a vivir. Pasaban los años y cada vez me hacía más inmune a todo lo que tenía en casa. Creé una trinchera en mi cuarto, me aislé en mi mundo y nadie podía sacarme de allí. Hasta que llegó el hecho que cambió mi vida.

jueves, 6 de marzo de 2014

Tic tac (parte 1)

Tic tac. Tic tac. Cada movimiento del segundero del viejo reloj de la mesilla suena como si una gota me cayera en la frente. Tic tac. Gota a gota, hasta atravesarme entero. Las cuatro y diez. Parece que lleve horas en esta cama, pero el tiempo no debe regirse por ninguna norma. Y esto es así noche tras noche, día tras día, minuto tras minuto. Da igual que sea lunes, domingo o viernes; se ha teñido todo de gris, cada día es igual al anterior, todo es monótono, nada es especial o simplemente diferente. Y llevo así toda mi vida, bueno, casi toda. Me incorporo un poco y me apoyo en el cabecero de la cama. Y lo veo. Allí está, mirándome desde el cuadro de nuestra boda. Sonriendo y con la mirada brillante. Como siempre. Y a su lado un hombre serio, observando a través del polvoriento cristal con sus ojos grises y vacíos. Un hombre que, aunque no lo aparente, es feliz. Era feliz. Un hombre que ahora mismo está sentado sobre su cama, dejándose cautivar por viejos fantasmas del pasado. Un hombre que lo tuvo todo y que ahora no tiene nada. Tic tac. Tic tac. Miro el reloj. Las cuatro y trece. ¿Entendéis por qué digo que el tiempo juega con sus propias reglas? Acabo de ver pasar cuarenta y seis años de mi vida y solo han pasado tres minutos. Esta va a ser una larga noche… Otra larga noche.

Mi mente no puede evitar remover más el pasado y mis ojos vuelven a vislumbrar las sombras de lo que fue mi infancia. Y si digo sombras, es porque mi niñez fue lúgubre y oscura. Muy oscura. Fue lo que me hizo ser lo que soy, lo que me dio tanta monotonía, lo que me inculcó a no llamar la atención, lo que me hizo vivir en blanco y negro por el miedo a que se preocuparan por mí. Y es que nunca fui querido. No fui tratado de forma violenta por mis padres, pero tampoco recibí cariño.

Mi vida obligó a unirse a dos seres predestinados a llevarse la contraria mutuamente. Y todo por un error en una noche cálida de verano. La que futuramente sería mi madre- y cuando digo madre digo “madre” y no un apelativo cariñoso como “mamá”- conoció a un “atractivo y apuesto joven” que sería mi padre. La chispa surgió en un momento y la noche acabaría en el desenfreno que los arruinaría. Bueno, la noche acabaría dentro de nueve meses, conmigo recién nacido en los brazos. La noche acabaría con el ceño fruncido de mi padre y los ojos tristes de mi madre. La noche acabaría con sus vidas.

Tuvieron que aguantar miradas afiladas y comentarios dañinos. Y, obviamente, pasaron por el altar, pero fue la ceremonia más protocolaria y triste que ha existido nunca. Y te lo digo yo, que estuve allí. No hubo invitados, sus voces temblaban al decir el “Sí, quiero”, el banquete de boda fue la sopa que sobró del día anterior, la luna de miel no llegó más allá de las tres calles que separaban la iglesia del viejo apartamento donde convivían y la novia iba de luto por la muerte de su libertad. Bienvenidos al principio del fin.

jueves, 6 de febrero de 2014

Es mucho más de lo que se podría contar en estas palabras.

Hoy os voy a contar una pequeña historia. Ya sabéis, estas historias que jamás saldrán en las noticias, ni en un periódico, pero que llenan páginas y páginas de algún corazón. Es la historia de una mujer, pero empieza un poco tarde, hará unos diecisiete años, porque carezco de datos para contar lo que pasó hasta entonces. Empieza con una mano que de un pequeñín que agarra un dedo, una mujer que le lleva en brazos y le coge de sus manitas cuando empieza a andar. Una historia curiosa que, por mucho que he buscado, no he visto en ningún otro sitio, quizás porque es mágica y la magia existe de tantas maneras distintas que nunca suele repetirse.

Esa mujer y ese bebé van creciendo juntos, siempre uno al lado del otro. Es una vida llena de comidas los domingos, risas por chistes absurdos y concursos de cocina. Compartían mucho, incluso más que de lo que pensaban. Todas esas pequeñas pasiones, sus historias plasmadas en folios guardados como oro en paño, sus meriendas de cafés y dulces por Bilbao, sus pequeñas aventuras entre los fogones... Es mucho más de lo que se podría contar en estas palabras. Pero bueno, vamos a lo importante.

Esa mujer... Es posiblemente la mujer más fuerte que podríais conocer. No sabéis por todo lo que ha pasado y aún con una sonrisa. Siempre apoyando, siempre. Para lo que haga falta, ahí está. Y pasar el tiempo con ella, simplemente conversando... Es magia. Tenerla a tu lado es una garantía de que vas a ser feliz. Quizás ella sea una de las razones por las que escribo, es mi crítica principal y sus palabras me llenan.

Que no sabéis la suerte que tengo de que sea mi tía, de probar todos sus platos de cocina, de poder tomarme un café a su lado, de tener el honor de llamarla madrina y de guardar en mi cajón la bufanda tejida por ella. Y que hoy es su día. Es irónico que ella solo tenga un día especial al año, se merece miles... Pero cuando una persona especial cumple años, hay que hacer que el día sea perfecto... Y aunque esto es solo un detallito, yo aporto mi granito de arena. Feliz cumpleaños tía. Muchas gracias por los diecisiete años que llevamos juntos... y por todos los que nos quedan. Te quiero mucho.

martes, 28 de enero de 2014

Carta a un amor olvidado

No sé realmente qué hago al escribir esta carta, toda palabra será inútil porque no conseguirá romper la barrera que nos separa y llegar a emocionarte, por mucho sentimiento que desborde o por muchos recuerdos que contenga. Pero lo necesito, necesito ordenar la cabeza e intentar frenar las lágrimas que se me amontonan en los ojos cada vez que escucho tu nombre. Pero, entiéndeme, es imposible recuperarte. Imposible. Solo se entiende la rotundidad de esa palabra cuando te da en las narices. No más café por las mañanas, no más bailes de salón en el dormitorio, no más olor a tu champú, no más sabor a sopa caliente en los fríos días de invierno. No más nada. No más tú.

Es muy complicado reorganizar mi vida sin ti, sobre todo después de más de cincuenta años a tu lado. Ahora mi vida eras tú. Eres tú. Habíamos creado demasiadas costumbres, demasiadas tradiciones, demasiada rutina. La cama es enorme y, por muchas mantas que me ponga, tengo frío sin que tus pies rocen los míos. La noches de insomnio son eternas sin que te pueda ver dormir mientras sonrío. Y el silencio, ese silencio que grita a voces tu ausencia, me martillea la cabeza cada momento y me está empezando a volver loco. La casa está llena de instantes a tu lado, anécdotas medio perdidas y recuerdos empañados.

No sabes cuánto quema pensar que todo se ha ido contigo. Los paseos con las manos entrelazadas y las películas en el sofá. Incluso echo de menos nuestras discusiones y nuestros pequeños encontronazos. A las buenas y a las malas dijeron... Y tenían razón. Pensaba que los malos momentos aparecería tarde o temprano, sí, pero también pensé que los resolveríamos... juntos. Y esa es la parte que falla y lo rompe todo. Juntos.

Porque sí, puedo ir a visitarte y cogerte de la mano, y contarte mil recuerdos y mil historias sobre lo que sea. Pero nadie sabe lo que es que la mujer con la que lo has compartido todo pregunte: "¿Quién eres?" cada vez que entras a la habitación del frío hospital. Pero bueno, supongo que tengo que aceptar que eso es lo que hace el maldito alzheimer. Y que si este amor sigue vivo... Solo es por mi.

lunes, 20 de enero de 2014

Un náufrago del silencio

“Qué bonita noche” pensó Marcos. Y entonces decidió todo. Él vivía en un pueblo cercano a Madrid, donde no podía salir cada noche a que las olas le acariciaran los pies. Ni podía quedarse a mirar el reflejo de la luna en el dulce vaivén del mar. Ni admirar el silencio que, nadie sabe por qué, es completamente distinto al silencio de su pueblo o de cualquier otro pueblo. Era verano y había ido a ver por primera vez el mar. Y se quedó maravillado. Jamás imaginó que algo pudiera imponer tanto. El pensar que estaba ante un paisaje infinito lleno de… magia. Y entonces lo decidió todo. Enfocaría su vida al mar, conseguiría tener un barco para poder atravesar cuanto pudiera de él. Y sería feliz solo con la tranquilidad que aporta ese suave sonido del agua al chocar con el casco del barco.

Pero tener un barco no sería fácil. Están los costes y el esfuerzo. Pero a Marcos no le importó, con solo quince años, los bolsillos vacíos y la esperanza en las nubes comenzó a trabajar. Marcos era el claro ejemplo de la dedicación y el esfuerzo. En su cabeza todo estaba claro. Luchar mucho para cumplir su sueño y ser feliz disfrutándolo. Y eso hizo. Se pasó toda su vida ahorrando, todo el día preocupándose de asegurar su futuro en el mar y su larga travesía por el océano. Y con tanta dedicación Marcos lo logró. Con setenta años, las manos labradas por tantos trotes y la mirada de un niño de cinco años, se compró un pequeño barco, todo lo necesario para embarcarse al destino y partió. Lejos. Sin rumbo fijo… Con la única intención de revivir los sentimientos de aquel joven de quince que vio por primera vez el mar.

Y tras todo el esfuerzo se sentó a ver cómo se alejaba la orilla y se veía rodeado de paz y tranquilidad. Y cerró los ojos para escuchar la brisa. Y sonrió, sonrió como nunca antes había sonreído. Volvió a ver la luna reflejada en la inmensidad del mar. Y a pensar bajo ese silencio tan especial. Y según pasaban las noches… Algo en su cabeza cambiaba todo su mundo. “Buena noche” pensó. Y entonces se dio cuenta. ¿Cuánto hacía que no decía eso? Cuando no tienes nada más que pensar, toca recordar. Recordar tiempos pasados… Y cuando tienes setenta te empiezas a replantear toda tu vida. “¿Dónde estás? En medio del mar, tal y como lo soñabas. Lo has conseguido, has alcanzado tu sueño… ¿No eres feliz? Llevas más de cincuenta años soñando con esto.”

Pero el silencio del mar también duele. Quizás es que te das cuenta de que no tienes compañera de viaje, alguien que te ayude a manejar tu timón y a enfrentarte a las tempestades. Ni pequeños grumetillos que te hagan más alegres las mañanas. Y Marcos se dio cuenta de todo. Estaba en medio del mar. Solo. Y todo por no querer mirar a los lados del camino, pensando solo en la meta. Su vida no había sido hecha de momentos, se sonrisas tímidas ni de sábados con los amigos. Qué ironía, buscar el mar y acabar viviendo en una pecera, encerrado entre las cuatro paredes de una oficina. Marcos lloró esa noche, pero las lágrimas se perdieron en el mar… Como su vida… Como su historia. Tan solo era un náufrago… Un náufrago del silencio.

Todos deberíamos tener un sueño, una meta, un objetivo en la vida. Y deberíamos luchar por conseguirlo. Pero también tenemos que entender que la felicidad está hecha de instantes. Recordad recordar cada “Buenos días”, cada “¿Quedamos esta tarde?”, cada “Te quiero”. Capturar esos momentos preciosos que nos rompen la rutina… Ser felices no es cuestión de ser grandes… Si no de buscar esas pequeñas cosas.

martes, 14 de enero de 2014

Buenas noches abuelo:

Buenas noches abuelo:

Me han mandado escribir una carta en clase. Una carta a alguien que no conoces. Y, tras mucho pensar, he llegado a la conclusión de que tengo mucho más que decirte a ti que a cualquier otra persona que no haya conocido. Y, por supuesto, que a cualquier famoso. Sé que no es del todo justo, que, aunque no te haya conocido en persona, conozco muchas cosas de ti, he escuchado a mi madre hablar sobre ti, con los ojos brillantes y una sonrisa tímida asomando. He apuntado en mi cabeza tantas anécdotas tuyas que podría llenar muchas libretas. He visto tantas veces tu álbum de fotos que incluso podría hacerte un retrato de memoria. Pero, realmente, no sé nada de ti. Solo tengo un viejo oso de peluche que algún día fue tuyo. Y eso me duele.

Ley de vida dicen, sí. Pero los dicen aquellos que salían con sus abuelos al parque los domingos. O los que han comido un paquete de gominolas a medias. O los que le dirigían una mirada cómplice cuando le daban la paga. Me hace gracia, nunca sabré a ciencia cierta lo que es sentir eso. Solo puedo imaginármelo cuando cierro los ojos. Quiero tenerte aquí. Que me cuentes por enésima vez tus batallitas de siempre. Charlar contigo sobre el tiempo y salir a tomarnos algo. Quiero tener ese vínculo abuelo-nieto que es tan especial...

Pero la vida no está hecha de lo que queremos. Y yo estoy aquí y tu estás lejos. Me consuelo pensando que estás cuidando de mí y que, dentro de algún tiempo, por fin podré abrazarte. De momento seguiré abrazando a tu oso de peluche todas las noches. Como si fuera un niño durmiendo... Un niño que duerme bajo la mirada de su abuelo.



domingo, 5 de enero de 2014

A SS.MM. Los Reyes Magos:

A Sus Majestades Los Reyes Magos:

Hace tiempo que no os escribía, y sinceramente no esperaba volver a hacerlo, pero estamos a día cinco y me ha entrado nostalgia de ver las miles de cartas de los niños. En primer lugar, gracias por todo lo que me habéis traido estos largos diecisiete años. Ya no me refiero a los regalos materiales, sino a los buenos deseos y propósitos que siempre queremos pero nunca pedimos.

No os voy a mentir, no he sido siempre bueno. He hecho muchas cosas de las que me arrepiento. He fallado una y otra vez y he hecho daño a personas a las que quiero. Pero bueno, yo escribo mi carta y ya vosotros veréis.

Voy a pediros mucho, voy avisando. Quiero que me traigáis alguna cosa, que me ayudéis a mantener otras y que os llevéis unas cuantas. Repito que ya lo siento... Pero yo lo intento.

Quiero mantener a todos esos que consiguen aguantarme, pase lo que pase, sea lo pesado que sea. Seguir teniendo a gente que me escuche y gente a la que escuchar. Seguir en contacto con todas esas personas importantes, sobre todo este año lleno de cambios.

Me gustaría que os llevarais esa parte de mí que odio. La vergüenza, el miedo, mis cabezonerías y mis faltas de paciencia. Que os llevarais todo lo que me hace fallar. Y todo el negativismo que podais.

Y, por último, me gustaría que me trajerais todo lo que necesito para salir adelante y poco a poco ir cumpliendo mis sueños. Más ilusión, esperanza, paciencia y esfuerzo. Que los dieciocho caigan bien. Y, por favor, dadme la oportunidad de conocer a todas esas personas que están lejos pero son importantes. Tengo muchas conversaciones que hacer, un puñado de fotos que sacarme y dos abrazos pendientes. Y, bueno, si me podéis traer una novia... Sería perfecto.

Realmente, sé que la mayoría de lo que he escrito lo tengo que conseguir yo. Pero sigo creyendo en la magia... Y necesitaba ordenar mi cabeza.

Y de nuevo, gracias por todo... Por verme crecer y por ayudarme a seguir siendo un niño. Con mucho cariño.