"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

martes, 18 de marzo de 2014

Aquí está oscuro, pero no tengo miedo.

Aquí está oscuro, pero no tengo miedo. Este frío cajón solo me sirve para recordar todo lo que he sido y todo lo que he visto. Pero bueno, supongo que vuelvo a ser solo una nariz de payaso abandonada cogiendo polvo. Aún recuerdo los inicios, cuando un joven de solo diez años abría la caja que me guardaba. Puedo ver todavía su brillo en los ojos y esa sonrisa de oreja a oreja. No sé que pudo ver en una triste nariz de payaso, pero era realmente feliz cada vez que me sacaba en alguna fiesta y hacía su espectáculo. Daba igual que creciera, sus números fueron mejorando y sus chistes cada vez generaban mas risas. Ese joven siempre estaba alegre y repartía ilusión a todos, daba igual qué tipo de personas fueran. Siempre llevaba una sonrisa en los labios y a mi en su nariz.

Aquí todo está en silencio, pero no tengo miedo. Este frío silencio solo me sirve para recordar el sonido de todas las risas que escuche durante esa etapa con él. Aún recuerdo cuando, después de la universidad, preparó las maletas y echó a volar lejos, dispuesto a sacarle sonrisas a todas aquellas personas que sufrían. Con la ayuda de una ONG, fue cumpliendo el objetivo de su vida... Recuerdo su viaje por algún que otro país africano, los miles de amigos que hizo y las lágrimas que le resbalaban por la mejilla cuando se montó al avión camino a casa. Y también recuerdo que, por muy duro que se le hizo el camino, cada vez que estaba con él, de su boca solo salían pequeñas bromas y chistes. Y alguna que otra risa.

Aquí estoy sola, pero no tengo miedo. Esta soledad me sirve para recordar la compañía que él me hizo. Cuando, siendo ya no tan joven, empezó a trabajar de profesor de niños pequeños. A veces me llevaba a las clases, pero ya no estaba todo el día pegado a mí. Yo lo entendía, ahora tenía que ser más serio. Y poco a poco nos fuimos separando. Pero lo peor llegó unos años después, cuando le jubilaron. Entonces me sacaba del cajón y me miraba durante unos minutos... Supongo que le ayudaba a recordar toda su vida. No entendía el por qué, hasta que un día me metió en el bolsillo de la chaqueta y me sacó a la calle. Creo que me llevó al hospital, porque le escuché hablar con un médico. De repente, metió la mano en el bolsillo y me apretó con fuerza. Entonces lo pude oír: "los análisis han dado positivo... Usted tiene Alzheimer". Se despidió y volvimos a casa. 

Ya no sé qué más ha pasado. Me metió en el cajón y nunca más me volvió a sacar. Aún le oigo a veces... Pero ahora solo llora. Creo que la sonrisa ha desaparecido. Es una pena, porque gracias a él miles de personas han sonreído... Y ahora nadie le hace sonreír a él. Aún así, el dicho tenía razón..."La nariz del payaso es la máscara mas pequeña del mundo, la que menos esconde y la que más revela." Y él me ha enseñado que que te llamen payaso es lo más grande del mundo.




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