"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Que ya no van a estar

Que no están. Que ya no van a estar. Pero da igual cuántas noches pasen, yo sigo esperando sus besos de buenas noches. Esta casa ha perdido toda su magia y nada tiene sentido. ¿Cómo me levanto cada mañana sin el ritmo frenético de siempre? ¿Sin las prisas? ¿Sin el "abrígate que hace frío"? No sé si te das cuenta de los que me has quitado. Ya no más obras de arte pegadas en la nevera, no más pasitos de puntillas por las noches ni más dibujos animados los sábados a la mañana. Las clases de baile, los deberes de mates, las riñas, los juegos... ¿Sabes lo vacío que queda el salón el día de reyes sin sus zapatitos bajo el árbol? No, claro que no lo sabes, nunca lo has vivido. Elegiste lo fácil, salir corriendo, huir lejos, quitándomelo todo. Quizás algún día me expliques el por qué de esto. Porque no sé si lo recuerdas, pero te dije que para ser padre me comprometía a dar toda mi vida, que me emplearía a fondo, que todo giraría alrededor de esto. Claro que lo recuerdas, pero no te importa. Solo te importa ganar tú. Y lo has conseguido.

¿Pero cuándo dejaste de ser la mujer que conocía? Me duele pensar que, cuando sentía tu respiración al otro lado del colchón, tú no te alegrabas de vivir así. Me duele haber estado engañado tantos años y creerme tus "te quiero", desde los primeros hasta los últimos. Pero, siento decirte, que más me duele perderlas a ellas. Recuerdo decir que no podría separarme de una persona a la que he querido de verdad y no poder mirarla a la cara a no ser que me hiciera algo muy grave. Pues tú lo has consegudo.

Pero es que piénsalo. No voy a verlas en sus primeros días de instituto, ya no volveré a leerles cuentos, se acabaron las partidas de cartas. No me sirve verlas un día cada mucho tiempo. La rutina se ha roto y ya no puedo unir los trozos que han quedado. Me voy a perder sus vidas, obligado a estar atrapado en un segundo plano. Y, poco a poco, se irán olvidando de pedacitos de mí. Culpa mía por creer que podía tocar el cielo. Ahora mi sueño está hecho añicos, mi sudor entre las sábanas y mi vida entre sonrisas sin algún diente. Y tu lo barajas todo en el cruel casino en el que me ha tocado vivir. Quiero perderme y huir de esta casa que grita a voces su historia. No. Mejor dicho, quiero recuperarlas. Jamás pensé que fuera a decir esto, pero tú puedes hacer lo que quieras, pero yo solo quiero tenerlas entre mis brazos, como antes.

Pero claro, no me hagas caso, al fin y al cabo esto solo es un discurso en la mente de un hombre acabado. Algo así como su nana de cuna. Una verdadera historia para no dormir.

martes, 17 de diciembre de 2013

La ilusión...

El reflejo en los ojos de un niño cuando ve pasar a los Reyes Magos. Esa ilusión que se percibe en cada sonrisa. Las madrugadas que hacen el día seis. Las caras de asombro al ver todas las luces por la calle. Las ganas de montar el árbol y el beso que le dan a los abuelos en la cena. Encender bengalas y ver como se consumen, soltando miles de chispas luminosas. Quedarse hasta la madrugada en nochevieja. Ponerse un gorro de Papa Noel y salir a la calle. No madrugar. Estar con toda la familia cantando villancicos y reír. 

Quiero olvidarme de todo por dos semanas, quiero descansar, quiero soñar. Quiero volver a vivirlo todo como si fuera un niño. Ser feliz al ver todo el salón lleno de regalos, al sentarme a cenar con toda la familia. Es posiblemente la época del año donde más deseo ser un niño y no saber nada. Pero es lo que toca... Y la ilusión no se pierde.


lunes, 9 de diciembre de 2013

La de los ojos bonitos

Las luces de la ciudad nos reflejan en la cara mientras las piernas nos cuelgan de la azotea. Dicen que estamos en la ciudad de las luces, la ciudad de las oportunidades, la ciudad de los sueños. Y ¿Sabes qué? No se equivocan. Y, aunque Nueva York en las películas siempre parezca una ciudad para gente con dinero que entra en las tiendas más caras, cena en el restaurante de moda y se aloja en la suite del mejor hotel; esta gran ciudad es mucho más que todo eso. Es caminar por las anchas calles de la mano de alguien, rodeado de altos rascacielos. Es sentarse en un banco a ver como el sol se va y las luces vienen. Es perderse en Central Park, callejear por cada esquina, unirse a la rutina, tomarse un café observando el ir y venir de la gente. Nueva York está hecha de sueños, esperanzas, aspiraciones. Es magia de día y magia de noche. Y , hazme caso, aquí es donde sucedió todo. Yo iba caminando con prisa por una de las calles más grandes de aquí. Y, de repente, le oí. Era un hombre de aspecto acabado, pero con un brillo muy especial en los ojos. Y un violín entre sus manos. Y me paré en seco, estaba tocando "Es la noche del amor" de la película de "El Rey León". Y me llegó al corazón. Sería el sentimiento de soledad, melancolía y misterio que trasmitía el rozar de las cuerdas pero me quedé hasta el final y le di el poco dinero que tenía. Pero no conseguía quitarme esa melodía y esos ojos de la cabeza. Y tuve que ir al día siguiente a escucharle de nuevo y darle algo de dinero. Y poco a poco caí en una especie de adicción y mis visitas eran diarias. Las notas me ayudaban a continuar con todo y la agilidad de sus manos me hipnotizaban. Se convirtió en rutina. Hasta que un día cambió todo.

Hacía frío, pero el hombre llevaba las manos desnudas para poder tocar bien el violín. Tras llenarme de magia, me di media vuelta y me dispuse a irme, pero una mano me aferró del hombro. "Em... Lo siento, no quiero molestar, pero me gustaría saber si a una chica tan guapa como tú le gustaría cenar con un hombre como yo". Me puse roja y no sabía que decir, pero tras ver como agachaba la cabeza, decidí decir que sí. Si sabe tocar así, no puede ser un mal hombre. Me dio una dirección y a la hora que me dijo, me presenté allí.

Me encuentro una azotea con una mesa decorada con velas y con un gran banquete. Desde la azotea se ven todas las luces que podía haber en todo Nueva York y en una esquina, bajo la tenue luz de los farolillos que colgaban por todo el lugar, había una lona que tapaba algo enorme. Y el hombre que toca el violín me ofrece sentarme al banquete. Me siento quizás un poco defraudada. No es posible que un hombre que toca en una esquina pueda pagar esto. Él lo nota y acto seguido me dice: "Te preguntarás como he podido pagar todo esto. Pues bien. La azotea era donde mi padre me enseñaba música cada día, el lugar donde he crecido. Y para todo lo demás he ido metiendo en un bote todas las monedas que tú me dabas, porque desde el primer día que te paraste enfrente de mí, me quedé prendado de esa sonrisa preciosa.". Y saca el bote en el que pone "para la de la sonrisa bonita". Se acerca a la lona y lo quita, enseñando un viejo piano. Hunde los dedos en las teclas y toca "Es la noche del amor".

Y ahora estoy cogiéndole la mano mirando todas las luces que hay. Y dándome cuenta de que realmente Nueva York es la ciudad de los sueños.



lunes, 2 de diciembre de 2013

Cartas al cielo

Aquí me tienes otra noche más, hablándote. Sonriendo mientras miro nuestras fotos. Últimamente no te hablo mucho, pero es que estoy de exámenes y tengo menos tiempo. Todo va bien. María ha ganado el concurso de fotografía del colegio y está como loca de contenta. Hace mucho tiempo que no veo a Dani, como su familia se mudó a otra ciudad, ahora no podemos quedar todos los fines de semana. Bueno, este sábado tenemos cumpleaños de Silvia y no sabemos qué regalarle... Y bueno, esas son las noticias más importantes. ¿Tú qué tal? Supongo que por allí bien, todos dicen que donde estás es un lugar más bonito y mejor para estar. ¿Sabes? Me he puesto a recordar. No puedo evitarlo, lo sabes. Aún recuerdo el día en el que te fuiste, aunque ya hayan pasado tantos años. Llevabas mucho tiempo en esa habitación oscura y fría, tanto, que te había regalado un póster de Pokémon para decorar sus paredes. Yo iba allí casi todos los días a verte y jugábamos a cartas, veíamos la tele o contábamos historias. Recuerdo la última carta a los Reyes Magos que escribimos juntos. Yo pedí para ti una peluca con el pelo revuelto, como a ti te gusta, pensando que si recuperabas el pelo, podrías salir de allí. Bendita inocencia infantil. Y llegó el último día. Me dijiste que, por fin, salías de allí. Yo me puso muy contento, pero tú me cogiste de la mano, me diste las gracias y me entregaste una pequeña mochila. Al despedirnos tenías los ojos llorosos, pero una gran sonrisa en la boca. Yo no entendía nada, pero al día siguiente, al pedirle a mi madre que me llevará contigo, me sentó y me lo explicó todo. Yo no le creía, pero cuando me fui a la habitación y abrí la mochila, vi tu peluche favorito, tu libro de Harry Potter, el que nos había hecho creer que éramos magos, y un dibujo en el que salíamos los dos con un título. "Gracias... Nos veremos pronto, lo prometo". Me sentí triste, yo no me había despedido de ti, y decidí enviarte una carta. Pero cuando la tenía escrita, mi madre me dijo que estabas en el cielo, con el abuelo Antonio, y que allí no llegaba el cartero. Pero no me dí por vencido, escribí la carta en un avión de papel, lo tiré por la ventana y cerré los ojos para no ver hacia dónde iba. Me daba igual, yo solo sabía que ibas a recibirla.

Poco a poco me fui dando cuenta de que no hacía falta hacer todo eso para hablar contigo. Que siempre que te necesito estás y que si todo va tan bien es gracias a que tengo un ángel de la guarda que me cuida. Si algo se tuerce, solo necesito abrazar tu peluche para sentir que todo se va a arreglar. Vale que ya no podamos jugar a cartas. O ver una película juntos. Ni escribir la carta a los Reyes Magos. Pero ahora mi vida ha cambiado. Y si ahora consiste en recordar momentos, en esperar abrazos que, sin duda, llegarán y en escribir cartas al cielo... Quién soy yo para cambiarlo, si sé que así puedo llegar a ser lo que quiera.