"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

viernes, 31 de julio de 2015

Fuegos artificiales

Me contaron que hay personas que son como fuegos artificiales. No todos, pero sí unos cuantos. Suben rápido y de forma muy sonora frente a un montón de personas que les observamos con asombro y con mucha expectación. No se les ve mucho en un principio, pero sabemos que están ahí, preparándose, creciendo, unos subiendo más alto, otros más bajo. Después desaparecen durante un breve instante. No es demasiado tiempo, pero es el suficiente como para que dentro de nosotros se cree la tensión y las ganas de saber qué pasará aunque ya lo sepamos. Total, siempre pasa lo mismo...

Y de repente explota, creando miles de luces y un ruido que rompe el silencio de una manera desgarradora, como si fuera el último grito de ayuda, como si fuera el canto de un cisne.

Y cae. Empieza a caer. Sin control. Sin luces. Sin sonido. Sin nada. Y ninguno nos fijamos en las cenizas inertes que se posan en el suelo porque antes de que nos demos cuenta habrá otra pequeña luz que empieza a subir y que sin duda correrá la misma suerte que la anterior luz; pero no le importará a nadie, porque al fin y al cabo para eso están los fuegos artificiales, ¿no? Para ver cómo algo sube y explota. "Ha estado bien, vámonos" nos iremos pisando todas esas cenizas y preguntándose cuándo son los siguientes fuegos artificiales.

Tengo miedo. Me gustaría no tenerlo y volver a disfrutarlo como antes. Volver a asombrarme al ver las luces que explotan y ruidos que ensordecen. Pero desde que me dijeron esto soy incapaz. Soy incapaz de no tener miedo a los fuegos artificiales.