"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

viernes, 27 de septiembre de 2013

El hombre del piano

"Esta es la historia de un sábado, de no importa qué mes, y de un hombre sentado al piano de no importa qué viejo café."

Otra vez me toca ocupar el viejo taburete lleno de rotos frente al piano. ¿Y total, para qué? ¿Para ganar cuatro perras que me gastaré en whisky barato? No me puedo creer que haya acabado así... En un desgastado garito al que poco le queda para cerrar, con una sensación de quiero y no puedo impregnando el ambiente. Se nota la ilusión del dueño al empezar el ambicioso proyecto de llevar una cafetería, todo el dinero invertido, todas las horas gastadas... Para acabar oliendo a alcohol malo y a sueños rotos. Bueno, solo hace falta mirarme... El sitio y yo encajamos a la perfección, el uno es el reflejo del otro.

Respiro hondo y hundo los dedos en las amarillentas teclas del piano para encaminarme a mi eterna canción. Y los acordes fluyen y los compases comienzan su trabajo, el trabajo de emocionar. Pero ya es inútil, si solo soy el hilo musical de un hundido local. Es triste acabar así...

Pero es que me miro al espejo y solo veo un viejo hombre, probablemente más joven de lo que su aspecto hace sospechar, con apariencia grande y torpe excepto sus rápidos y hábiles dedos. Con ojos hundidos y grises con una sensación de vacío que hasta produce vértigo. Ese hombre suda... y tiene pinta de beber, de beber mucho. Y está solo, muy solo. Más solo de lo que cualquier persona pueda soportar. Sí... Así es ese hombre. Así soy yo.

Pero por un momento, el reflejo cambia y ya no esta ese hombre, sino un joven lleno de expectativas para el futuro, sediento de vida al que todo le va bien. Le brillan los ojos de ilusión, unos ojos grises pero que quieren decir tantas cosas que te obligan a mirarlos durante minutos. Cada nota que toca, cada compás, cada acorde... todo te llega, quizás porque el intérprete cree en lo que está tocando.

Y sin apenas darme cuenta, la melodía que estaban interpretando mis dedos empieza a coger ritmo, a ser más alegre. Y siento algo que hacía años, muchos años, que no sentía. No sé describirlo, es una sensación que hay que sentir, porque es... Bueno es indescriptible. Pero sé que era lo que sentía treinta años atrás cada vez que ocupaba el taburete de enfrente del piano. Y es gratificante. Muy gratificante. Es la primera vez que recuerdo haber sonreído en muchísimo tiempo. Y no sabes cuánto echaba de menos eso.

Pero todo lo bueno se acaba, tras un rato, se me acerca un hombre tambaleándose, creo que llevaba ya tres copas encima. Y de su boca salió la verdad que más dolor me ha hecho jamás... Bueno, quizás la segunda.

"Toca otra vez viejo perdedor haces que me sienta bien. Es tan triste la noche que tu canción sabe a derrota y a miel."


Viejo perdedor, viejo perdedor... Viejo perdedor. Es triste pero es verdad. Lo tuve todo, pude cumplir mi sueño y ser feliz. Feliz... Qué idea más profundamente remota. Recuerdo los veinte años. Acababa de salir en el periódico como la futura promesa del piano y me llovían propuestas desde todos los lados. Pero eso no era lo mejor... La tenía a ella. A la mujer más perfecta del mundo. Pero sin exagerar... La más perfecta. Todo iba sobre ruedas, pronto sería la persona que habría conseguido todos sus sueños y que le esperaba una vida maravillosa frente a la mujer más maravillosa... O quizás no.

Quizás un día llegues a casa y la pilles con otro hombre. Quizás te diga que siempre temió echar raíces que pudieran cortar sus alas. Y que en esa jaula metida se le iba la vida y quiso probar sus fuerzas. Y quizás, aunque no desea que te ocurran cosas malas, ella nunca lamente que des malos pasos. Y quizás eso te arruine la vida. Quizás la vida perfecta desaparezca. Y sí... Así llegué a ser quien soy.

No puedo creer que lo hiciera, que me abandonara... que arruinara mi carrera y que nunca se haya arrepentido, que nunca haya mirado atrás... Que hagan treinta años que no hablamos. Que los únicos que me hayan sido fieles durante todos los años hayan sido el alcohol y el viejo y experienciado piano. Y que tras todo esto solo haya sido capaz de tocar una canción durante toda mi vida, una y otra vez, durante estos largos treinta años.

He vuelto a comenzar a sudar, los ojos se han cansado de intentar transmitir y cada vez que cojo el vaso, me tiembla la mano. No tendría que haber recordado, no tendría que haber vuelto atrás. Tengo que ir al baño y refrescarme la cara.

El agua, fría como mi alma, me corre por la cara pero no tiene ningún efecto. Nada de nada. Me miro en el espejo y me veo vacío... vacío del todo. Y de pronto se me ocurrió de golpe. ¿Alguno de los solitarios oscuros que buscan pareja en este lugar echaría de menos el hilo musical que sonaba todas las tristes tardes? ¿Alguien notaría el hueco que he dejado? Yo solo sé que el hombre del piano ha tocado su último acorde.

Un punto de inflexión Parte 2


Hablando de felicidad… no toda mi vida ha sido mala, triste y solitaria, sino que también hubo, y todavía hay, una época alegre. Y todo gracias a mi segundo punto de inflexión, la entrada a un nuevo colegio. Uno en el que no se meterían conmigo por ser autista. Uno en el que podría llevar medianamente una vida normal. Un colegio para gente como yo.
Mi vida mejoró notablemente, y con ella, mis notas. Hice amigos, muchos amigos, y hasta un “amiga especial”, de esas que dicen “con derecho a roce”. Voy a presentarla. Se llama Rocío, Rocío Asensio. Es el nombre más bonito que he escuchado en toda mi vida. En serio, me encanta. Pues Rocío iba a mi clase, y encima era la persona más inteligente. Al principio hablamos, charlamos, nos reíamos pero nada fuera de lo normal. ¿Cómo se iba a fijar en mí la chica más inteligente y guapa de la clase? Porque no sé si lo he dicho, pero ese pelo color caoba y esa mirada penetrante... No, si ya lo decían Estopa y Joaquín Sabina: “Tus ojos no tienen dueño porque no son de este mundo”. Creo que Rocío no se fijaba en mí, hasta que sucedió el mejor punto de inflexión de mi vida. Y todo gracias a mi profesor de lengua. Espera,  tengo que ordenar mis ideas. No sé cómo contar la parte más importante de mi vida.
El caso es que teníamos que hacer un resumen de un libro, como en todas las evaluaciones, pero como este libro era más complejo, nos dejo hacerlo por parejas. Como no nos pusimos de acuerdo, hizo las parejas el profesor y me emparejó con Rocío. Casi me muero. ¡Con Rocío! La vida por fin me sonríe.
El trabajo era sobre un libro con el que me sentí completamente identificado: “La velocidad de la oscuridad” escrito por Elizabeth Moon. Trata de un autista llamado Lou, que lleva una vida normal. Trabaja, hace sus tareas de casa, va a la compra… Encima va un día a la semana a un club de esgrima que crea una pareja del vecindario. Allí hace varios amigos y entre ellos conoce a una mujer llamada Margaret de la que se enamora. La novela empieza cuando cambian al jefe de Lou. Su nuevo jefe quiere recortar las ayudas que tiene la empresa hacia el colectivo de autistas (el gimnasio, el parking particular…). Para ello quiere obligar a los autistas a someterse a un medicamento (aún no tratado) con el que conseguirían dejar de ser autistas y convertirse en personas normales. Al final, el tratamiento no es obligatorio y Lou tendrá que pensárselo bien y decidir si quiere dejar de ser autista y arriesgarse a seguir el tratamiento. No voy a escribir el final por si algún día alguien lee este diario y le entran ganas de leer la novela. Yo la recomiendo a todo el mundo. Se ha convertido en mi libro favorito.
Es una novela muy profunda y muy bien hecha, refleja realmente el pensamiento y la forma de ser de un autista, aunque la escritora no lo sea.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Un punto de inflexión Parte 1

Vuelvo a abrir el cajón de los recuerdos para traeros una historia que escribí hace ya tres años... Está prácticamente idéntica a cuando la escribí, para mantener la autenticidad...


¡Hola! No sé si estoy haciendo bien pero te trataré como un amigo. Ya sé que eres un libro, y que sólo tienes hojas en blanco y una portada en la que pone con grandes letras rojas “DIARIO”, pero estas hojas blancas se pueden llenar con grandes aventuras, historias y amores; con MIS aventuras, historias y amores. Tengo este libro gracias a mi madre para que escriba lo que siento, lo que vivo y lo que hago. Espero que mi madre no intente leerlo una vez lo haya escrito. Lo esconderé en un buen sitio. Quisiera llamar a esta historia “Un punto de inflexión”, porque me parece una de las mejores expresiones para definir mi vida.  
Bueno, creo que lo mejor sería empezar presentándome. Soy Diego García y tengo veintitrés años. Si me miras por atrás, verás que soy alto, delgado y que tengo el pelo negro. Pero si me miras por delante, no te fijarás en mi pelo. Ni en mis ojos. Ni siquiera en mi complexión. Te fijarás en que tengo un problema. “Autismo” que le llaman. Sí, soy autista. ¿Algún problema? Pues sí, demasiados. Al principio, de pequeño, no me preocupaba nada. Es más me hacía gracia. Pensé que de mayor correría en la Formula 1 con un coche como Fernando Alonso. Pero cada vez que iba creciendo vi y comprendí lo difícil que era tener esa enfermedad. El tener problemas en los estudios, en comprender las cosas… Pero sobre todo el que la gente se ría de ti.
Cuando entré en el colegio, con tres años, hice amigos. Jugábamos, nos reíamos… Pasábamos buenos ratos. Pero con mi primer punto de inflexión, mi vida se rompió en pedazos. Tuve que cambiar de colegio por culpa del trabajo de mi padre.
Llegué al nuevo colegio con trece años. Sabía que este curso iba a ser duro. Y no sólo por los estudios.
Cuando entras a un colegio con tres años nadie se fija en si tu ropa es de marca, tienes un pelo perfecto o eres guapo, feo o difícil de mirar. Pero cuando entras en una clase llena de adolescentes de trece y catorce años, eso es lo más importante. Y si no causas buena impresión, es muy difícil que te den otra oportunidad. No hice ni un solo amigo ese curso. Es más, la gente se metía mucho conmigo. Y lo peor no era lo que me decían a la cara, era lo que se callaban y decían a mis espaldas. Fue probablemente el peor curso de toda mi vida. En serio fue insoportable. Y encima repetí. Mi vida se hubiera derrumbado por completo si no hubiera encontrado mi salvavidas en este mar de desolación. La música. Sentirla, escucharla, notarla muy dentro de mí. En cuanto tenía un problema, cerraba los ojos y hacía sonar la música en mi interior. En mi cabeza. Y eso me relajaba. Pero la música que más me gustaba, y con diferencia, era la música que sonaba en la Iglesia. Voy a la Iglesia todos los domingos. No me interpretes mal, no voy a la Iglesia sólo para escuchar la música. Soy cristiano y creo en Dios. Aclarando este punto, cerramos paréntesis y continuamos con mi vida. Pues eso, me encanta la música de la Iglesia. La perfecta armonía entre las voces; con esas letras llenas de esperanzas, el teclado, las guitarras… Nada me hacía más feliz que cerrar los ojos y seguir el ritmo de esa melodía con la cabeza. El otro día me vio el cura. Tenía miedo de que me echase la bronca por hacerlo; pero, en vez de eso, hizo un gesto afirmativo y me regaló una amplia sonrisa. No sé por qué, pero me sentí completamente feliz.

Y... ¿por qué tú no?

Y consigues olvidarte de todo, salir a la calle e intentar conseguir la meta que te propusiste ayer en la cama, antes de cerrar los ojos; ya sabes, cuando soñabas incluso sin estar dormido. Sales con paso firme, cabeza bien alta, caminando sin ninguna duda, dispuesto a conseguir tu sueño. Pero, de repente, llegará una persona que te dirá que no merece la pena, que fallarás, que ni siquiera lo intentes. Y aunque no te lo creas, te hará mella, tu paso no será tan seguro, la cabeza bajará un poco y tu sonrisa perderá un poco de autenticidad. Pero seguirás hacia delante, sin perder de vista tu objetivo. Hasta que te encuentres con otra persona que te diga lo mismo. Y con otra. Y con otra. Y con otra. Y con muchas más que te harán incluso creer que tu sueño es estúpido y que tú lo eres más por intentarlo. No te confundas.

Ellos solo son personas frustradas y resignadas: "¿Por qué si yo tengo que aguantarme y ser uno más, el de al lado va a conseguir su sueño?". Pero se muchas se mueven por la envidia, porque ellos no tienen los mismos ojos brillantes de esperanza que tienes tú. Y eso no les gusta. Pero... ¿Por qué no vas a poder convertirte en escritor? ¿Por qué no puedes ser cantante? ¿O simplemente salir con ella?

El mundo está lleno de gente que intentará frenarte, gente que no te apoyará, gente que no quiere que cumplas tu sueño y seas feliz. Pero si hay muchas personas que han conseguido su meta... ¿por qué tú no? Por mucho que te digan, no cometas el error de que te corten las alas. Mientras tengas la vista en el cielo y un pie en el suelo, lo imposible solo cuesta un poco más. Al fin y al cabo, recuerda que los sueños son mentiras que, posiblemente, algún día serán verdad.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Y caerás...

Y caerás, obviamente que caerás. Prácticamente cada paso que des acabará en tropiezo e irás al suelo. Y dolerá. Cómo no va a doler. Y poco a poco te parecerá que todo lo que haces está mal y eso dolerá el doble. Y te empezarás a sentir cómodo en el suelo, porque quizás estar en el suelo es incómodo, pero es menos doloroso que caer. Y total... Probablemente acabarás allí de todos modos. Todo se volverá más oscuro y solitario. Nadie te entenderá y todo cambiará de plano. O eso te parecerá. Dicen que de las caídas se aprende pero tú lo ves todo negro y ninguna mano te ayuda a levantarte. Aunque bueno, quizás nadie lo sabe, porque tu falsa sonrisa podría ser ganadora del Oscar. Y aunque duela seguirás así.

Desde aquí quiero decirte que muchas veces no vemos la ayuda pero seguro que está por allí... Porque no me creo que una persona como tú no tenga a nadie. Recuerda que para aprender a andar primero nos caemos... Y que nuestra vida acaba de empezar. Y aunque suene a tópico... Que si no acaba bien, es porque no es el final.

Donde ser yo mismo es correcto

Necesito una habitación nueva en mi casa. Una totalmente insonorizada. Sí, sin que ningún ruido entre ni salga. Donde pueda estar totalmente solo cuando lo necesite. Donde pueda gritar sin miedo a ser oído. Donde pueda cantar o poner música alta sin molestar a nadie. Donde pueda perderme yo solo. Donde pueda disfrutar del silencio. Donde pueda leer un buen libro o escribir un rato. Donde pueda estar en mi mundo... Donde ser yo mismo es correcto.

martes, 24 de septiembre de 2013

Cuídala, por favor.

Acabáis de empezar y todo es perfecto, os tenéis el uno al otro ¿Para qué más? Vivís en una sensación de felicidad eterna, o que al menos lo parece. Borrachos de amor, embriagados del aroma más delicioso. Pero va a llegar un momento en el que todo vaya bajando y volveréis a una época más normal. Pero no pienses que esto es el fin, ni mucho menos; escribir una rutina juntos es la cosa más preciosa que existe en el mundo, porque empezarán los problemas y veréis que sois capaces de superarlos y seguir siendo felices. Pero te tengo que avisar, aunque probablemente ya lo sepas, que va a costar. Y si estás seguro de querer continuar esta aventura, permíteme darte unos consejos.

Haz que se sienta protegida,  que sepa que puede contar contigo para todo. Dale la mano, abrázala fuerte, deja que llore en tu hombro, dale un beso en la frente. Consigue que recupere esa sonrisa que te ha enamorado y que consigue que le brillen los ojos. Si necesita espacio y tiempo respétalo y, por mucho que duela cada segundo que pasa, espérala y está con ella cuando lo necesite. Escúchala. Da igual lo que diga, escúchala y presta atención. Aguanta sus ralladas y, si hace falta, sé fuerte por los dos. Prepárale pequeños detalles, recuerda que la felicidad reside en las pequeñas cosas. Dile lo guapa que está hoy, lo guapa que estuvo ayer y lo guapa que, probablemente, estará mañana. Apréndete las canciones que son importantes para ella y consigue una que sea vuestra y solo vuestra y cuando estéis solos ponla e invítala a bailar. Si le ha ido mal en clase o ha suspendido, cambia de tema. Procura dar más que recibir e intenta hacerla, al menos, tan feliz como ella te lo hace a ti. Sé que no soy nadie para decirte esto, pero sí que hay una cosa que te pido con toda mi alma...

Cuídala, por favor.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Este loco se va con otra loca

Y volvemos a los compases que cambian mi vida, que me llenan de paz... Que me curan por dentro. Y centrémonos en el monólogo del principio. Porque Sabina... Eres de lo más grande.



"Este adiós, no maquilla un "hasta luego",

Este nunca, no esconde un "ojalá",
Estas cenizas, no juegan con fuego,
Este ciego, no mira para atrás.
Este notario firma lo que escribo,
Esta letra no la protestaré,
Ahórrate el acuse de recibo
Estas vísperas, son las de después
A este ruído, tan huérfano de padre
No voy a permitirle que taladre
Un corazón, podrido de latir
Este pez ya no muere por tu boca
Este loco se va con otra loca
Estos ojos no lloran mas por ti."




El hombre de los mil personajes

Es el hombre de los mil personajes, no conozco persona que haya escrito más libros que él, pero eso no es lo importante. Si en algo destaca para mí Jordi Serra i Fabra es en la capacidad de meterse en los personajes de sus novelas. Cada personaje narra su historia de una manera increíblemente real. Te atrapa y te envuelve hasta tal punto que solo puedes dejarlo cuando acabas... Realmente mi escritor favorito. Escojas la novela que escojas te emociona, te cautiva... Te sorprende.


Luces que iluminan

23 de septiembre. Es lunes y brilla el sol, pero hoy hay algo que le hace sombra. Algo que aunque no lo valoremos está ahí siempre, pase lo que pase. Su sonrisa. Da igual que esté bien, que esté mal, que le haya pasado algo... Siempre nos ilumina con su sonrisa. Y no sabéis lo que echo de menos tenerla al lado en clase y que me contagie su risa. Que ella es el alma del coro, la voz solista, la cara iluminada. Y hoy su sonrisa brilla más que nunca. Será que hoy cumple 17 años. Será que le da vergüenza que le atosiguemos con nuestras felicitaciones... Será que hoy empieza un año llenito de momento para soñar, reír, disfrutar...

Felicidades Maitane... Gracias por tanto.


viernes, 20 de septiembre de 2013

Video games

Hoy volvemos con una canción muy interesante para mi gusto. Es de Lana del Rey es... magia. Sí, de la que te mueve por dentro y te hace emocionarte. Aquí os la dejo... Disfrutadla.


La magia del nunca acabar

Este entrada no lo entenderá mucha gente, pero tengo que decirlo. Estoy enamorado de las matemáticas. Cada cosa que me enseñan, cada cosa que descubro, cada minuto que paso con un buen problema... Todo. No sé, me parece impresionante ver como todo encaja, como los números aparentemente aleatorios forman un conjunto perfecto... ¿Y qué son las matemáticas, me diréis? No lo sé. Y eso es lo mejor. Son un misterio, una incógnita... Algo a resolver, que cada paso que das, cada momento en el que avanzas y pasas con un reto nuevo te sorprende y, al menos a mí, me motiva a seguir adelante. Sé que pueden ser desesperantes y cansarte... Pero una vez te pones, no lo puedes dejar a medias. Sé que mucha gente no me entiende ni comparte esta afición extraña. Pero las matemáticas es lo más perfecto que existe. La base de todo. Y, para mí, magia en estado puro.


El punto de apoyo con el que moveré el mundo Final

Hoy os pongo el final del relato que he ido subiendo... Espero que os haya gustado.

"Toqué al timbre y me abrió él mismo. Tras una mirada incómoda me dirigió
un “hola”. Sin  atreverme a mirarle a los ojos le di la bolsa con un tímido “lo
siento”. Me sentía ridícula y avergonzada. Pensé que me cerraría la puerta en
las narices, que se reiría en mi cara o que me escupiría, pero no fue así. Me
dirigió la mejor sonrisa que he visto en mi vida y que seguramente recordaré
por siempre. Me abrazó y me dijo “Bienvenida de nuevo”.  Me invito a pasar y
fuimos a su cuarto, donde abrió la bolsa de los regalos. Parecía el chico más
contento del mundo y no sabía por qué. Solo le había regalado una entrada y
un simple libro. Pasamos la tarde en su cuarto y me puso al día con el tema
de la música, nos comimos un kilo y medio de gominolas de cereza y vimos
Friends en la televisión. Al final de la tarde me fui a casa y entendí por qué
estaba tan contento con el regalo. No era el regalo, era que yo había vuelto,
que ya no me iba a echar de menos y que volveríamos a ser como antes. Era
que yo había vuelto.

Ahora estoy rompiéndome la voz en el concierto con Miguel. Ha sido un viernes
fantástico. He sacado un nueve en mates gracias a la excelentísima clase de
Miguel, he estado una hora y media preparándome para la noche y hemos
cenado mejor que nadie en el  burger. Ahora echo la mirada atrás y me doy
cuenta de mis errores, pienso que si tienes un punto de apoyo, podrás mover el
mundo y salir de cualquier situación. Gracias Miguel."

jueves, 19 de septiembre de 2013

El punto de apoyo con el que moveré el mundo Parte 3

Penúltima parte de la historia... Disfrutad.

"Nada más llegué a casa me eché en la cama a llorar hasta que me quedé
dormida. Y otra vez soñé. Yo en un hoyo, solo que esta vez no había mano por
ningún sitio, estaba yo sola en el hoyo sin poder salir de ninguna manera. Me
desperté y lo entendí todo. La mano no era de mi padre, era la mano amiga, la
única que me podía sacar de todo este rollo, la única que me podía ayudar a
renacer. La mano de Miguel.

Hice una cosa que no había hecho desde hace un mes, encendí el móvil. Pasé
de todos los mensajes y las llamadas perdidas y busqué mis cascos de música.
Cuando los encontré, los conecté al móvil y dejé que la música de Adele me
recorriera por las venas. Por primera vez en mucho tiempo me sentí motivada,
Empecé a buscar por el suelo. Busqué y busqué y encontré lo que quería
debajo de mi cama. Una bola de papel arrugada, la misma que hice yo con la
nota de Miguel unas semanas atrás. Me puse a abrirla y leí lo que había dentro:
“Estoy muy preocupado por ti. Hace días que no me hablas, no enciendes el
móvil y no te conectas en el ordenador. Te echo de menos. Sé que es una
época dura para ti, pero déjame ayudarte a superarla. Solo quiero volver
a verte sonreír, volver a pasar los momentos que hemos pasado juntos,
sentarnos en un banco y hablar, reírnos viendo los capítulos de  Friends  o ir
a tomarnos una hamburguesa. Sé cómo te sientes. Bueno no, no sé cómo
te sientes y también sé que superará con creces toda tristeza que yo haya
soportado. No sé si leerás esto, pero si lo lees, sea cuando sea, quiero que
sepas que aquí hay una persona dispuesta a estar al cien por cien por y para ti.”
Tardé tiempo en reaccionar. Miguel, aquel al que había gritado y al que había
herido esa misma mañana, sigue siendo, o al menos seguía siendo, mi punto
de apoyo y yo solo le había hecho daño, una y otra vez. Una y otra vez. Me
sentí mal, muy muy mal. Tenía que pagarle de alguna manera todo lo que ha
hecho por mí y todo el daño que le había hecho. O, al menos, acercarme lo
más posible porque nunca le voy a poder agradecer todo lo que ha hecho por
mí y nunca le voy a poder compensar por todo el daño que le he hecho sufrir.
Empecé a mover hilos. Descubrí que su grupo favorito venía a dar un concierto
el mes que viene, pero según su estado del Tuenti no tenía dinero para asistir.
Perfecto. Tras comprar dos entradas, salí a la librería de debajo de mi casa
y le compré el último libro de uno de sus escritores favoritos y fui a la tienda
de chuches más cercana y compré todas las gominolas de cereza que había,
porque sabía que eran sus favoritas. Antes de ir a casa le compré una bolsa de
regalo con una imagen de la ciudad de sus sueños, Nueva York.

Una vez preparado el regalo, me dirigí hacia su casa. Pensé en dejarle la
bolsa en la puerta, tocar el timbre y salir corriendo; pero decidí que tenía que
enfrentarme a los hechos de cara, sin miedos."

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Y en ese momento, juro que éramos infinitos

Voy a hablar sobre un sentimiento... Una sensación. La verdad es que el nombre como tal está sacado de un libro, muy recomendable por cierto, llamado "Las ventajas de ser un marginado"; pero estoy seguro de que la mayoría de vosotros la ha tenido, no hace falta mucho para sentir esa sensación y, aunque es momentánea, es de lo mejor que te puede pasar. Sentirse infinito. No sé si me entiendes. Cuando todos los problemas desaparecen, y te das cuenta que, en el fondo nada importa, que te venga lo que te venga podrás con ello, seguramente porque sientes que puedes con todo. No es raro que ocurra cuando estás con tus amigos, tu familia, la gente a la que más quieres... Porque ellos te proporcionan aun más seguridad; pero hablando desde la experiencia, puedo admitir que cuando te dejar guiar por los compases de una canción fuerte, con sentimiento, de las que te mueve por dentro, entonces es cuando lo sientes...

¿Qué se siente? No sé explicarlo, tienes que vivirlo. Te sientes... grande. Fuerte. Pero no se queda ahí... Solo sé que tú no encuentras el momento si lo buscas... Pero créeme que cuando él te encuentra, cada segundo que pasa, es perfecto. Quizás es que eres feliz aunque sean dos minutos. Quizás. Hasta que lo descubra, si algún día llego a hacerlo, seguiré disfrutando estos momentos. Estos momentos en los que me siento infinito.


El punto de apoyo con el que moveré el mundo. Parte 2

Vamos a continuar con la historia... Una historia muy especial que escribí hace dos años... Ahora cambiaría la manera de escribir pero... Prefiero mantenerlo así. Adelante con la segunda parte:

"Debí dormirme, porque lo siguiente que recuerdo es a mi madre diciéndome
que al día siguiente tendría que volver a clase. No respondí nada y me dispuse
a preparar mi mochila, pero al llegar a la estantería y coger el libro de Ciencias
Sociales, me entró un vértigo que me obligó a sentarme en la cama. Desde
la muerte de mi padre hasta ese domingo, mi vida había consistido en dormir,
llorar, beber agua y malcomer, pero de ahora en adelante tenía que volver a la
rutina, pasar página y, en cierta manera, olvidarle.

El lunes fue el peor lunes de toda mi vida. Llevaba un mes sin ir a clase y eso
se notaba. No tenía ni idea de inglés, la trigonometría me sonaba a chino y en
las frases de lengua no distinguía un verbo de una conjunción. Y lo peor no fue
lo académico. Tuve que soportar miradas de todo tipo: miradas de pena y de
una falsa complicidad por parte de profesores, miradas llenas de indiferencia
e incomprensión por parte de mis compañeros, una mirada cargada de odio
mal contenido por parte de la compañera de clase que se había acostumbrado
a usar mi mesa de taquilla de libros… Pero la peor, con diferencia, fue la
mirada vacía e inexpresiva de Miguel. Sentía su miedo a acercarse a mí, y yo
no tenía ganas de socializar con nadie. Miguel y yo nos pasamos el tiempo
Seguía sin comer bien. Con una manzana podía aguantar todo el día y no
pasaba hambre. No estudiaba ni hacía los deberes. No encendía el móvil ni el
ordenador; no abría ni el Tuenti, ni el Twitter, ni nada. Y, por supuesto, no salía
ni viernes, ni sábados, ni domingos. No iba a las comidas familiares. Y, si iba,
era obligada por mi madre y con cara larga. No volví a mi equipo de baloncesto
y no practicaba ningún deporte. Incluso me llamaba la idea de empezar  a
fumar. Mi vida iba en decadencia pero yo no me daba cuenta. Estaba ciega.
Entonces ocurrió el desastre. Era un martes y llovía. Me había levantado con
peor pie de lo normal. Me sentía cansada y decepcionada, no sé por qué: como
si hubiera corrido una maratón y hubiera quedado última. Decidí hacerme la
enferma y faltar a clase, pero mi madre se me dio cuenta y me obligó a ir a
clase. Sin tener más remedio me dirigí a clase con la cabeza baja.

El día no había empezado muy bien, pero eso no fue ni una milésima parte
de lo que me iba a ocurrir ese día. Al llegar a clase a las ocho, el profesor de
lengua me pilló con los deberes sin hacer y me castigó con quedarme a la tarde
a hacerlos. Pero eso fue prácticamente lo mejor del día; junto con la tercera
hora llegó el desastre. Vino el profesor de matemáticas y, tras media hora de
broncas y gritos nos repartió el último examen. Fue uno a uno, cada uno con
un comentario, en gran parte negativos. Entonces, dijo mi nombre y me dio el
examen sin ningún comentario. Me dirigí al sitio y me atreví a mirar. Un cero y
medio. Casi me desmayo. En la primera evaluación había sacado un ocho. Mi
mundo se derrumbaba por momentos.

Pero aún así esto no era lo peor de todo. Yo estaba en el recreo sentada en
mi rincón, más triste de lo normal cuando se me acercó Miguel. Me dijo que
si necesitaba ayuda para aprobar matemáticas él podía ayudarme. Miguel
siempre saca dieces en matemáticas, es un genio de las mates. Bueno pues
después de decirme esto me puse a llorar y le empecé a gritar diciéndole
que lo único que quería era restregarme su diez en mi cara, que no quería
ayudarme. También le dije que me había abandonado en el peor momento de
mi vida y que no se lo perdonaría nunca. Miguel aguantó el chaparrón sin decir
una palabra, y cuando terminé me miro a los ojos, y después de soltar una
lagrima dio media vuelta y se fue."

Ellos... Los que me acompañan en mis largos días

"Vuelta al cole. No está tan mal contando que voy a volver a sentarme con los treinta y cuatro con los que ya me senté hace un año. Y volveremos a vernos la cara de dormidos día tras día, y volveremos a reír en clase y a llevar la misma rutina y el mismo camino juntos. Y claro que habrá discusiones, pero no pasa nada porque sé que podremos seguir adelante. Porque no somos treinta y cinco personas... Somos una clase. Dispuesta a todo porque si fallamos, los otros treinta y cuatro serán mi red de seguridad, mi punto de apoyo, los que ayudarán a levantarme... Las personas con las que compartiría un año de mi vida. Y otro. Y otro... Y otro."

Después de pensar esto ha pasado semana y media, semana y media que ha pasado en clase. Y el día de la presentación me dieron una mala noticia... Cambio de clases.

Podemos decir que en mi nueva clase estoy a gusto, claro que sí, son geniales... Pero la clase de 1ºA de Bachillerato... Se quedará en mi corazón... Y eso es gracias a todas y cada una de las treinta y cuatro personas que han pasado las horas conmigo. Chicos... Sois lo más grande... Echo de menos vuestra compañía en clase, vuestras risas, la camisa de cuadros... A vosotros. MIL GRACIAS.


Felicidades Núria

Hoy es un día muy muy especial. Conozco a una personita que hoy cumple los diecisiete años y es muy especial. Para Núria, con mucho cariño. Gracias por todo, que en dos años me has ayudado y nos hemos reído muchísimo. Que aquí para todo. Ya sabes. Y bueno, que espero el día en el que por fin podamos abrazarnos. Disfruta de tu día. Y de todo este año.

GRACIAS


martes, 17 de septiembre de 2013

Esta es la historia de un sábado, de no importa qué mes...

Y para despedirme por hoy voy a dejaros con una parte de la banda sonora de mi vida... Una canción de la que jamás me canso aunque la escuche mil veces seguidas... Una canción cuyos acordes me llegan al corazón. Deleitaos con ella, espero que os emocione al menos la mitad que a mí.


El punto de apoyo con el que moveré el mundo. Parte 1

Hoy vengo a proponeros una cosa distinta. Voy a subir un relato que tengo escrito desde hace ya un tiempo. Es un relato muy especial por muchas razones y es la primera vez que el protagonista, que al mismo tiempo es el narrador, es una chica. Espero que os guste leerlo. Recuerdo que está escrito hace dos años, pero... Tengo que subirlo. Vamos con la primera parte.

"Silencio. Solo silencio. La sala está llena de gente, pero para mí solo hay un
espeso y ensordecedor silencio. Yo también estoy callada, igual porque todavía
no me he dado cuenta, o no me he querido dar cuenta, de lo que realmente
significa este silencio. Veo a mi madre llorando, pero no la escucho. Mi sentido
de la escucha se ha ido junto con el último pitido del electrocardiograma. No
puede ser, no todavía. Un médico me obliga a salir de la habitación, pero no
puedo, mis piernas no responden. Hasta que noto que una mano me agarra
y me guía hasta la sala de espera. La mano es de Miguel, mi mejor amigo. Al
llegar a la sala de espera nos sentamos con las manos todavía agarradas y me
quedé dormida en su hombro, bajo su mirada fraternal. Miguel es mi punto de
apoyo, es aquel que siempre ha estado ahí cuando le he necesitado, tanto en
lo bueno, como en lo malo; y sobre todo desde que empezó el problema un año
Mientras duermo, sueño que me he caído en un hoyo y que no puedo salir;
pero, de repente, aparece una mano a la cual me debo agarrar si quiero ser
libre. No sé de quién es la mano, pero irradia confianza, así que me agarro a
ella. Sin embargo, justo en el momento en el que nuestras manos rozan, me
despierto. Seguía en el mismo sitio, en la sala de espera, pero Miguel ya no
estaba. Entonces, surgió esa chispa de esperanza que me decía que todo
había sido un sueño, que si cruzaba la puerta le vería, me soltaría uno de sus
comentarios sarcásticos y notaría ese brillo en los ojos tan característico suyo.
Con esa esperanza fui corriendo a la habitación y al abrirla me quedé
extrañada. La cama estaba perfectamente hecha, como si estuviera esperando
albergar a otra persona. Entonces me vibró el móvil. Era un mensaje de Miguel
en el que decía que tenía que haberse ido porque se le hacía tarde y que
volvería mañana. Entonces un golpe de emociones me hizo caer al suelo. Por
fin pude asimilarlo, mi padre había muerto.

Los siguientes días fueron horribles. Solo lloraba y dormía, lloraba y dormía.
Tan solo salía de mi habitación a por agua y al baño. No hablaba con nadie,
incluso apagué el móvil para no recibir llamadas o mensajes. Cualquier cosa
que veía era motivo de llanto en recuerdo a mi padre: Peter Pan, el libro que
más me gustaba que me leyera mi padre de pequeña; la guitarra española que
me regaló por mi cumpleaños; el vestido que elegimos juntos para la gala del
colegio… Todo. Dormía unas dieciséis horas y lloraba el resto. Y no dejaba
entrar en mi habitación a nadie. A nadie.

Pasada una semana y media, más o menos, un domingo, llamaron a mi puerta.
Miguel había venido a hablar conmigo. Era la tercera vez que venía y todavía
no había conseguido que le dejara pasar y esta vez no iba a ser diferente.
Por más que me suplicó y me rogó no le deje entrar. Antes de irse me pasó
una nota por debajo de la puerta. Sin leerla, la arrugué y la tiré al suelo. Cogí
una hoja de cuaderno y escribí en grande: “DEJAME EN PAZ”. Oí unos pasos
alejándose y volví a quedarme dormida. Tuve el mismo sueño que en la sala
de espera. Yo, un hoyo y una mano; solo que esta vez la mano se iba alejando
poco a poco. Me desperté y empecé a llorar. Creí haber entendido el sueño. La
mano era la de mi padre y sentía que me estaba abandonando. Me sentí sola.
Completamente sola. Más que nunca."

Vuelta a la infancia

Volvamos atrás. Tan solo unos años, dependiendo de la edad que tengas. Regresemos a la época donde la mayor preocupación era que tu madre te pusiera verdura para comer. Exacto, hablo de la infancia, esa etapa tintada de miles de momentos de juego, de madrugar los sábados para ver los dibujos, de las míticas canciones Disney. ¿O acaso no recordáis cuando, antes de ocupar las tardes con libros, pasábamos horas y horas en el patio con un balón? Sí hombre, cuando la vida consistía en solo jugar, en aventuras con tus mejores amigos, en preguntar lo que no sabías, en dormir con tus padres cuando te atormentaba una pesadilla. Era eso, nada más. ¿No te acuerdas? Los cromos, los tazos, tus peluches, la GameBoy, Pokémon, la Banda del patio, los caramelos... Seguro que ya sabes de lo que te hablo.Y parece mentira, pero éramos felices. Y eso que no lo sabíamos...

Entonces... ¿quizás ser un niño es la manera más fácil de ser feliz? Pensemos en ello. No nos gusta que nos traten como a un niño, queremos más libertad, poder elegir, aunque ello conlleve consecuencias. Hemos crecido, hemos cambiado y ya no podemos volver atrás. Ya no podemos vivir sin responsabilidades, sin nada que nos moleste, como si fuéramos pequeños. Tenemos que aprender a no depender de nadie y a poder vivir por nosotros mismos. Es el ciclo de la vida.

Pero podemos seguir teniendo un pequeño niño dentro de nosotros, que sepa disfrutar de los pequeños momentos de la vida y pueda, aunque sea por tan solo un rato, ser feliz. Atrévete a ser infantil sin perder la necesidad de crecer.




lunes, 16 de septiembre de 2013

Noches eternas

¿No habéis tenido noches eternas? Sí, esas noches donde lo último que te apetece es dormir... Y te da por pensar. Y bueno... empiezas por lo que eres y por lo que no eres, por lo que tienes y por lo que no tienes, por lo que fuiste y por lo que puedes ser... Y te das cuenta que todo ha cambiado, que ya nada es como antes y que por mucho que lo intentes no volverá a serlo. Y da igual lo que tengas en ese momento, la gente que esté a tu lado y todo lo que hayas conseguido... porque te entra un sentimiento de dolor, tristeza y te sientes solo, porque en ese momento recuerdas todas y cada una de las promesas que os hicisteis como grupo, los "para siempre" finitos, las horas pasadas, todo lo vivido y todo lo que no vas a vivir con ellos. Y te sientes vacío. Miras el reloj. Las cuatro de la mañana. Pero ¿notas que tienes sueño? No. NO puedes dejar eso a medias, ir a dormirte con ese mal sabor de boca, soñar en el pasado. Das vueltas en la cama, no te queda otra. No te apetece hablar con nadie, no te apetece levantarte, no te apetece nada. Bueno... Quizás algo sí.

Y entonces ocurre, se te ocurre una cosa; coger los cascos, conectarlos, poner la canción esa que es tan personal que no se la has dedicado a nadie porque quieres guardarla para ti y subir el volumen. Notas como los primeros compases suenan en tu cabeza. Y eso te calma y empiezas a abrir la mente. Y notas como a lo largo de la canción a tu cabeza viene todo lo que has conseguido, todas las personas que siguen a tu lado, tus sueños, tu familia... Tu todo. Y acaba la canción y, al menos yo lo hago, suspiras. Pero suspiras sonriendo. Suspiras como pensando en dejar de volver al pasado y queriendo disfrutar del futuro con lo que tienes. Y es allí, sobre todo allí, cuando te das cuenta de la suerte que tienes.

El que me escucha, el que me ayuda... El que me ayuda a volar.

Y allí estaba yo el veintisiete de julio de este mismo verano sentado en el suelo a eso de las doce y media. Acababa de llegar a ese campamento, mejor borramos lo de campamento, a esa casa que es para mí Somalo. Primer día de los ocho que tenía por delante. Y entonces le llaman y sale al frente del grupo con solo una cosa: un portavelas naranja y con forma esférica. Y entonces empezó su discurso y, probablemente sin saberlo ninguno de los dos, me cambió la vida. Y allí estaba. Obviamente, no era la primera vez que oía hablar de él, ni  la primera vez que le veía, ni siquiera la primera vez que hablaba para nosotros (para mí), pero... Esa vez me cambió todo. No fue un discurso con palabras largas y complicadas, pero no lo necesitaba. Estábamos nosotros, él y la profunda noche que se observa desde el patio de Somalo. Y nos dijo una frase, la primera de las siete que nos diría noche tras noche. "Yo soy la luz del mundo". Seis palabras, no hay más. Y poco a poco nos fue enseñando como descubrir Nunca Jamás, como poder volar, como descubrirnos a nosotros mismos.

Jamás le podré agradecer todo lo que ha hecho, y hace, por mí. Que mis conversaciones de diez minutos con él me han ayudado muchísimo y que si me he planteado mi futuro... Ha sido por él. Abel... Mil veces gracias... Mil veces. Y se quedan cortas.


Y volvemos

Y volvemos a la rutina. Al puntual despertador. A quitarle minutos a lo que sea por quedarnos más en la cama. Al café de por la mañana. A la cama medio hecha. A las legañas en los párpados. A las prisas y al "no me da tiempo". A quedar en la esquina. A volver a vernos la cara de dormidos. Al Buenos Días. A las horas de clase. A los chistes fáciles del de al lado. Al bocadillo de los recreos. A las clases interminables. A los ejercicios de rellenar huecos de inglés. A volver a casa con tanta hambre que parece que no hemos comido en días. A los deberes y el estudio por la tarde. A no trasnochar. A desear los viernes. A odiar los lunes. A dejar el trabajo del fin de semana para el domingo a la tarde. A los trabajos para nota. A los exámenes. A tomar apuntes. Al "por fin es sábado". Al estrés. A dejar para mañana lo que debía de haber hecho la semana pasada. A quejarnos del sueño. A quejarnos del frío. A quejarnos del calor. A volver a ver a tus amigos...

Volvemos a empezar. Y sinceramente... La rutina tiene su encanto.

Un pedazo de mí

Lo primero sobre lo que tengo que hablar es sobre mis amigos. Llevamos relativamente poco tiempo todos juntos, pero hemos vivido mucho juntos y si ya por separado valen oro, imagínate todos juntos. Sinceramente, ha sido una gran suerte que nos hayamos juntado y cada día que paso junto a ellos me doy cuenta de que tengo a los mejores a mi lado.

Por un lado tenemos a Amaia. Ella es la más bajita del grupo y creedme que eso no se lo dejamos pasar así como así. Es entusiasmo puro, siempre animada, siempre dispuesta a echar una mano. Siempre ahí, para lo que sea da igual si es preparar una fiesta, animarte si estás mal o simplemente charlar una tarde... Ella va a hacer todo lo posible. Pero bueno, para algo es la líder del grupo.

También está Iñigo. Es una de las relaciones más raras que he tenido, conectamos enseguida y desde entonces le tengo a mi lado. Es mi red de seguridad, mi punto de apoyo. Da igual lo que le pase, siempre va a estar con una sonrisa en la cara y no sé como lo hace pero te la contagia. Es... Es Iñigo. No tiene otro nombre.

Luego tenemos a Itxaso. La cruel del grupo. No se corta un pelo y siempre tiene una frase sarcástica para la ocasión y, la verdad, es que las risas con ella no tienen precio. Es fiel y sabe qué hacer siempre... No cambio sus tardes conversando con ella por nada, ella sí que sabe llevar bien una conversación y realmente merece la pena discutir con ella. Siempre aprendes algo.

Bueno, y qué decir de June. Sí, está loca. Pero eso no es decir nada mirando a los otros cinco que formamos el grupo. Es una persona que solo estando, cambia el ambiente. Se hace notar. Las tardes suelen ser más entretenidas, las conversaciones suelen ser más frikis y los ratos muertos suelen tener más sentido.

Y por último, pero no menos importante (o sí, quién sabe), tenemos a Kevin, nuestro princeso Hipster del grupo. Es... peculiar. Sí, llamémoslo así. Es ausente, puede que esté o puede que no. Pero no importa nada. Es con el que he compartido tardes de reflexiones, alegrías y penas, sonrisas y lágrimas. Es mi pozo de desahogo, siempre dispuesto a ayudar en lo que sea. Experto en hacer la del 3,14 y buen amigo.

Y tened por seguro que no cambio ni una sola tarde de cartas y hamacas ni por todo el oro del mundo. Gracias por todo chicos. Recordad... We've got the power.

Comienza una nueva aventura

Empiezo nuevo blog. Bienvenido a un mundo distinto, a mi mundo. Espero que no te decepcione, pero al menos a mí me encanta. Es un mundo distinto, podríamos llamarlo incluso especial. Pero, si te digo la verdad, no sé de que va a tratar este blog. Supongo que tendré que ir improvisando para ofrecer retales de mis pensamientos, mis opiniones, mis gustos, mis desahogos...

Espero que aquí me podáis conocer mejor y de una manera distinta, ya que todo lo que escribo me define de una manera u otra.