"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

viernes, 27 de septiembre de 2013

El hombre del piano

"Esta es la historia de un sábado, de no importa qué mes, y de un hombre sentado al piano de no importa qué viejo café."

Otra vez me toca ocupar el viejo taburete lleno de rotos frente al piano. ¿Y total, para qué? ¿Para ganar cuatro perras que me gastaré en whisky barato? No me puedo creer que haya acabado así... En un desgastado garito al que poco le queda para cerrar, con una sensación de quiero y no puedo impregnando el ambiente. Se nota la ilusión del dueño al empezar el ambicioso proyecto de llevar una cafetería, todo el dinero invertido, todas las horas gastadas... Para acabar oliendo a alcohol malo y a sueños rotos. Bueno, solo hace falta mirarme... El sitio y yo encajamos a la perfección, el uno es el reflejo del otro.

Respiro hondo y hundo los dedos en las amarillentas teclas del piano para encaminarme a mi eterna canción. Y los acordes fluyen y los compases comienzan su trabajo, el trabajo de emocionar. Pero ya es inútil, si solo soy el hilo musical de un hundido local. Es triste acabar así...

Pero es que me miro al espejo y solo veo un viejo hombre, probablemente más joven de lo que su aspecto hace sospechar, con apariencia grande y torpe excepto sus rápidos y hábiles dedos. Con ojos hundidos y grises con una sensación de vacío que hasta produce vértigo. Ese hombre suda... y tiene pinta de beber, de beber mucho. Y está solo, muy solo. Más solo de lo que cualquier persona pueda soportar. Sí... Así es ese hombre. Así soy yo.

Pero por un momento, el reflejo cambia y ya no esta ese hombre, sino un joven lleno de expectativas para el futuro, sediento de vida al que todo le va bien. Le brillan los ojos de ilusión, unos ojos grises pero que quieren decir tantas cosas que te obligan a mirarlos durante minutos. Cada nota que toca, cada compás, cada acorde... todo te llega, quizás porque el intérprete cree en lo que está tocando.

Y sin apenas darme cuenta, la melodía que estaban interpretando mis dedos empieza a coger ritmo, a ser más alegre. Y siento algo que hacía años, muchos años, que no sentía. No sé describirlo, es una sensación que hay que sentir, porque es... Bueno es indescriptible. Pero sé que era lo que sentía treinta años atrás cada vez que ocupaba el taburete de enfrente del piano. Y es gratificante. Muy gratificante. Es la primera vez que recuerdo haber sonreído en muchísimo tiempo. Y no sabes cuánto echaba de menos eso.

Pero todo lo bueno se acaba, tras un rato, se me acerca un hombre tambaleándose, creo que llevaba ya tres copas encima. Y de su boca salió la verdad que más dolor me ha hecho jamás... Bueno, quizás la segunda.

"Toca otra vez viejo perdedor haces que me sienta bien. Es tan triste la noche que tu canción sabe a derrota y a miel."


Viejo perdedor, viejo perdedor... Viejo perdedor. Es triste pero es verdad. Lo tuve todo, pude cumplir mi sueño y ser feliz. Feliz... Qué idea más profundamente remota. Recuerdo los veinte años. Acababa de salir en el periódico como la futura promesa del piano y me llovían propuestas desde todos los lados. Pero eso no era lo mejor... La tenía a ella. A la mujer más perfecta del mundo. Pero sin exagerar... La más perfecta. Todo iba sobre ruedas, pronto sería la persona que habría conseguido todos sus sueños y que le esperaba una vida maravillosa frente a la mujer más maravillosa... O quizás no.

Quizás un día llegues a casa y la pilles con otro hombre. Quizás te diga que siempre temió echar raíces que pudieran cortar sus alas. Y que en esa jaula metida se le iba la vida y quiso probar sus fuerzas. Y quizás, aunque no desea que te ocurran cosas malas, ella nunca lamente que des malos pasos. Y quizás eso te arruine la vida. Quizás la vida perfecta desaparezca. Y sí... Así llegué a ser quien soy.

No puedo creer que lo hiciera, que me abandonara... que arruinara mi carrera y que nunca se haya arrepentido, que nunca haya mirado atrás... Que hagan treinta años que no hablamos. Que los únicos que me hayan sido fieles durante todos los años hayan sido el alcohol y el viejo y experienciado piano. Y que tras todo esto solo haya sido capaz de tocar una canción durante toda mi vida, una y otra vez, durante estos largos treinta años.

He vuelto a comenzar a sudar, los ojos se han cansado de intentar transmitir y cada vez que cojo el vaso, me tiembla la mano. No tendría que haber recordado, no tendría que haber vuelto atrás. Tengo que ir al baño y refrescarme la cara.

El agua, fría como mi alma, me corre por la cara pero no tiene ningún efecto. Nada de nada. Me miro en el espejo y me veo vacío... vacío del todo. Y de pronto se me ocurrió de golpe. ¿Alguno de los solitarios oscuros que buscan pareja en este lugar echaría de menos el hilo musical que sonaba todas las tristes tardes? ¿Alguien notaría el hueco que he dejado? Yo solo sé que el hombre del piano ha tocado su último acorde.

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