"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

miércoles, 18 de septiembre de 2013

El punto de apoyo con el que moveré el mundo. Parte 2

Vamos a continuar con la historia... Una historia muy especial que escribí hace dos años... Ahora cambiaría la manera de escribir pero... Prefiero mantenerlo así. Adelante con la segunda parte:

"Debí dormirme, porque lo siguiente que recuerdo es a mi madre diciéndome
que al día siguiente tendría que volver a clase. No respondí nada y me dispuse
a preparar mi mochila, pero al llegar a la estantería y coger el libro de Ciencias
Sociales, me entró un vértigo que me obligó a sentarme en la cama. Desde
la muerte de mi padre hasta ese domingo, mi vida había consistido en dormir,
llorar, beber agua y malcomer, pero de ahora en adelante tenía que volver a la
rutina, pasar página y, en cierta manera, olvidarle.

El lunes fue el peor lunes de toda mi vida. Llevaba un mes sin ir a clase y eso
se notaba. No tenía ni idea de inglés, la trigonometría me sonaba a chino y en
las frases de lengua no distinguía un verbo de una conjunción. Y lo peor no fue
lo académico. Tuve que soportar miradas de todo tipo: miradas de pena y de
una falsa complicidad por parte de profesores, miradas llenas de indiferencia
e incomprensión por parte de mis compañeros, una mirada cargada de odio
mal contenido por parte de la compañera de clase que se había acostumbrado
a usar mi mesa de taquilla de libros… Pero la peor, con diferencia, fue la
mirada vacía e inexpresiva de Miguel. Sentía su miedo a acercarse a mí, y yo
no tenía ganas de socializar con nadie. Miguel y yo nos pasamos el tiempo
Seguía sin comer bien. Con una manzana podía aguantar todo el día y no
pasaba hambre. No estudiaba ni hacía los deberes. No encendía el móvil ni el
ordenador; no abría ni el Tuenti, ni el Twitter, ni nada. Y, por supuesto, no salía
ni viernes, ni sábados, ni domingos. No iba a las comidas familiares. Y, si iba,
era obligada por mi madre y con cara larga. No volví a mi equipo de baloncesto
y no practicaba ningún deporte. Incluso me llamaba la idea de empezar  a
fumar. Mi vida iba en decadencia pero yo no me daba cuenta. Estaba ciega.
Entonces ocurrió el desastre. Era un martes y llovía. Me había levantado con
peor pie de lo normal. Me sentía cansada y decepcionada, no sé por qué: como
si hubiera corrido una maratón y hubiera quedado última. Decidí hacerme la
enferma y faltar a clase, pero mi madre se me dio cuenta y me obligó a ir a
clase. Sin tener más remedio me dirigí a clase con la cabeza baja.

El día no había empezado muy bien, pero eso no fue ni una milésima parte
de lo que me iba a ocurrir ese día. Al llegar a clase a las ocho, el profesor de
lengua me pilló con los deberes sin hacer y me castigó con quedarme a la tarde
a hacerlos. Pero eso fue prácticamente lo mejor del día; junto con la tercera
hora llegó el desastre. Vino el profesor de matemáticas y, tras media hora de
broncas y gritos nos repartió el último examen. Fue uno a uno, cada uno con
un comentario, en gran parte negativos. Entonces, dijo mi nombre y me dio el
examen sin ningún comentario. Me dirigí al sitio y me atreví a mirar. Un cero y
medio. Casi me desmayo. En la primera evaluación había sacado un ocho. Mi
mundo se derrumbaba por momentos.

Pero aún así esto no era lo peor de todo. Yo estaba en el recreo sentada en
mi rincón, más triste de lo normal cuando se me acercó Miguel. Me dijo que
si necesitaba ayuda para aprobar matemáticas él podía ayudarme. Miguel
siempre saca dieces en matemáticas, es un genio de las mates. Bueno pues
después de decirme esto me puse a llorar y le empecé a gritar diciéndole
que lo único que quería era restregarme su diez en mi cara, que no quería
ayudarme. También le dije que me había abandonado en el peor momento de
mi vida y que no se lo perdonaría nunca. Miguel aguantó el chaparrón sin decir
una palabra, y cuando terminé me miro a los ojos, y después de soltar una
lagrima dio media vuelta y se fue."

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