"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

martes, 20 de diciembre de 2016

Hecatombe

Llovía dentro, así que abrí mi paraguas y eché a volar. Eché a volar como solo Mary Poppins me había enseñado. Yo solo con mi voz rota como banda sonora. Trataba de alcanzar la luna como lo hacía cuando creía que el cielo estaba en tus ojos, solo que esta vez no me dio para coger un billete de vuelta, porque mis sueños estaban rotos y yo tenía demasiados cortes en las manos como para pincharme contigo otra vez.

Huía. No quiero mentirte, huía. Huía de mi necesidad de ti, intentando olvidar que no te olvidaba. Huía de tu libertad, que tan prisionero me hizo. Huía del rastro que dejabas, de tu olor, del eco de tu risa que aún retumbaba en las vacías paredes de mi corazón. Y sin saberlo huía de la decisión de culparte de todo lo que yo no supe afrontar cuando me golpeo en la cara.

Porque, ¿sabes qué?, dejé de escribir. Y no digo de escribirte a ti, digo de escribir a secas. Rompí folios y folios buscando la palabra que se me había atragantado en la vida, tratando de encontrar la metáfora que escondía aquello que había perdido y aquello que no me atrevía a encontrar. Y lancé mil aviones de papel con las pocas ilusiones que me quedaban, esperando que aterrizaran sanas y salvas lejos de la hecatombe futura que llevaba días anunciando. ¿Sabes qué? Dejé de escribir, porque cuando la persona que me enseñó a conjugar el verbo amar decidió desaparecer, eran mis palabras las únicas que volvían a ella una y otra vez. Una y otra vez. Y el blanco no merece ser manchado así.

Fracasé, no te lo niego. Fracasé estrepitosamente. Fracasé porque te culpé de todo. Quizá de mucho más de lo que te merecías. Pero no me culpes tú a mí, al fin y al cabo eres la que hizo que me quedara debiendo tantos besos. Eres la que no paraba de decirme "Te quiero" en lugar de quererme. Eres la que no supo entender lo que es dormir con un mundo entero a tu lado, ni lo que ocurriría si lo sacaras de su órbita. Eres la guerra que aguanté perdiendo mucho más de lo que podría haber ganado. La guerra en la que no fui ni héroe, ni mártir. Ni siquiera superviviente.

Porque, ¿sabes qué?, dejé de escribir. Y eso es lo último que se supo antes del incendio.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Pedazos

Podría mentirte y decir que es casualidad. Podría hacerlo. Convencerte de que este jueves ha sido mucho azar y pocas intenciones. Podría llenarme la boca de adjetivos positivos y de un nueva vida que me queda demasiado grande. De flores que nunca llegaron y de canciones que nunca se bailaron. Hacerte creer que no estoy rota en trozos más pequeños que las pestañas que caían sobre tu pecho y que estos últimos meses han curado tanto como años de sol sobre mi piel lisa. Podría. Pero después tendría que mirarte a los ojos y ver reflejado mi negro sobre tu verde. Y tendría que rendirme a la verdad.

He decidido entrar descalza, pisando las hojas secas de nuestro último otoño, escuchando como se rompen bajo mis pies en un crujido que recuerda a nuestro último abrazo. He pisado el suelo de baldosas sintiendo el frío mientras comprobaba los apuntes sobre mi paso por el invierno. Pero nada me avisaba del hielo que desprenden ahora tus manos. Hielo que me hace imposible sostenerme a ti mientras nos destroza el huracán. Hielo que sabe a resacas, a primeros lunes, a sábados sin ti.

Pero vengo yo aquí, a iniciar una revolución con Les Miserables en mi cabeza y mi miedo como trinchera. Haciendo injusticia intentando que abras tus puertas después de todo el destrozo que hicieron mis ejércitos. Será que me he vuelto loca del todo, no sé. O que se me da bien eso de luchar por causas perdidas. O quizás es que echo de menos amar sin restricciones. 

Ya estoy harta de rendirme ante tus labios, de ser incapaz de romper nuestras fotos, de que echar de menos tienda a infinito. Así que aquí me tienes, de puntillas y con todos tus para siempre de bandera blanca; esperando a que unas todos mis pedazos...

O acabes con ellos para siempre.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Tu relieve

He decidido que quiero caer muerto en algún lugar entre tu esternón y tu garganta, calmarme y descansar en tu clavícula hasta que tu aliento me ayude a levantarme. Recorrer toda tu columna vertebral, poco a poco, para conocer cada curva y cada recoveco y decidir en cuál de tus lunares quiero que aterrice mi astronauta. Que para volver tenga que hacer transbordo en tu cama de sábanas desordenadas y pies fríos y tumbarme a ver las auroras de tus ojos mientras me enredas con el negro de tu pelo.

He decidido que quiero que cada lágrima tuya surque mi pecho como si fuera un pequeño río y que cada vez que el agua empiece a caer gota a gota, huelas como la primera lluvia en el asfalto seco. Entonces te cogeré la mano, te abrazaré hasta que el temporal nos dé tregua y me rendiré contigo si te tiemblan las rodillas.

He decidido que quiero romper las fronteras y unir territorios. Volvernos tierra de nadie y ser libres en la inmensidad del blanco del roce de tus dedos. Quitarte toda bandera y componer un himno para bailar hasta que decidamos que se pone el sol. Y al caer la noche, buscarnos como refugio para que el frío no forme parte del nosotros.

He decido que quiero. Sin añadidos, sin cláusulas. 

Porque has decidido que quieres ser las siete maravillas de esta mundo pero con la mirada más bonita de toda la galaxia.


domingo, 1 de mayo de 2016

Si eso no era arte.

Y no lo entiendo. Realmente no lo entiendo. No tenía una melena rubia larga y suave, ni un brillante pelo negro, ni llevaba el peinado a la última moda. No tenía piernas delgadas e interminables, ni unos taconazos que la hacían tener imagen de inaccesible. No vestía ajustado para realzarse las curvas; es más,  probablemente ni tenía grandes curvas.

Pero era algo en su mirada que me hizo sentir que me miraba directo y profundo. Era algo en su manera de andar que hacía que respirara a su compás, siguiendo siempre cada pequeño movimiento que percibía . No era su rostro, eran sus pecas, las cuales quería unir punto a punto para descubrir qué esconde.

No era porque fuera perfecta, era por lo caóticamente imperfecta que parecía ser y por todo lo que quería acabar descubriendo cada vez que la miraba. Y, Dios, si eso no era arte, que me expliquen por qué me hace sentir tanto.


jueves, 7 de abril de 2016

Prometiste.

Prometiste que siempre iríamos en pareja. Lo hiciste, ahora no me mientas. Prometiste que pasase lo que pasase estarías allí y que no se entendería al uno sin el otro y así había ido desde que tuve memoria. ¿Por qué tuviste que irte después de tanto tiempo? Jamás pensé que eras de los podías romper tu promesa.

Fue en una de esas tormentas de las muchas que tenemos, cuando todo alrededor nos da vueltas y hasta nos sentimos húmedos por dentro, cuando realmente más separados estamos. Y sé que hemos tenido una vida fácil; hemos sido pisoteados, nos hemos roto varias veces e incluso nos hemos encerrado sin tener a nadie más que a nosotros; pero si te digo la verdad, era cuando saliamos de esas tormentas, cuando todo paraba y volvíamos a estar juntos, el momento en el que más feliz me sentía. Y aunque al principio las temía, dejé de tener miedo cuando veía la calma que llegaba después. Lo que no pensé es que tras una de esas tormentas tu ya no volverías a mi lado.

No sabes lo duro que es quedarse sin tu mitad, lo duro que es tener la certeza de que solo no valgo y creo que la gente de mi alrededor me ha apartado esperando que algún día aparezcas y me completes como solo tú puedes hacerlo... Pero cada día la esperanza es menor y poco me queda para tirar la toalla.

Prometiste que siempre iríamos en pareja. Y mentiste. Y no hay historia más triste que la mía... La de un calcetín a la que su pareja le ha abandonado.



miércoles, 24 de febrero de 2016

Fin.

-¿Por qué suenas a despedida? -Susurré, mientras sentía que mi alma caía de rodillas- ¿Por qué suenas... a despedida? -Grité como si me ardieran los pulmones.

Te quedaste sorprendido, mirándome con los ojos muy abiertos y con los puños muy cerrados, intentando que el mar azul de tus ojos no se desparramase por tus mejillas. Hubo silencio. No sé si fueron dos segundos o dos horas, pero a mí se me hicieron como dos vidas. Tamborileabas con los dedos, nervioso, intentando buscar una respuesta correcta. Y fue ahí donde vi que tu respuesta correcta no existía y que, tal vez, nunca podría llegar a existir. 

-Quizás...-dudaste, dudaste como no te he visto dudar nunca por nada- Quizás porque, aunque no estoy seguro, creo que lo es.

Una chispa me recorrió toda la columna vertebral y explotó en mi cabeza. Será por eso que me sentía en ruinas. Me atreví a mirarte los ojos por primera vez. Juraría que había bruma en tu mirada... Y pude entender que sentías esto tanto como lo sentía yo. 

Nos abrazamos y traté de acompasar nuestros latidos, pero íbamos a ritmos distintos; tan distintos que nunca habría dicho que llegamos a ser un solo corazón. Mientras sentía tu abrazo en oleadas de frío y calor, traté de hacer lo que tantas veces había hecho antes. Me asomé, miré dentro de ti. Y vi el caos y entendí lo que querían decir los infinitos. Quise luchar, pero a la vez quise que fuéramos felices y cada vez las dos opciones estaban a polos más opuestos.

Di media vuelta y di un paso y luego di otro. Pero el tercero se me atragantó. Sentía que algo dentro de mí se tropezaba y se caía por las escaleras. Esperé otras dos vidas a que me dijeras "Quédate.", y mi mano aún tenía esperanza en que la cogieras con fuerza. Noté que se te atragantaba algo en la garganta y decidiste que hablara el silencio.

Al mismo tiempo, di el tercer paso y tú dijiste un tímido adiós. Cinco letras que encerraban cinco sentidos vividos juntos y un final que nunca pensé que llegaría. 

Nos fuimos cada uno por su lado; pero, como cuando nos separábamos hace apenas dos días, nos giramos durante un instante . Pero en vez de cruzar miradas y sonreír, no nos atrevimos ni a mirarnos a la cara. Y allí dejamos, en tierra de nadie, una eternidad juntos, madrugadas en vela, tres frases mal dichas y una parte de nosotros que nunca volverá a casa. 

Y ahora ando aquí, buscando lo que tú te llevaste de mí; con un verso en la punta de la lengua y muriéndome de ganas de decirte que te voy a echar de menos. Pero con la real convicción de que hacemos lo mejor poniendo este punto final. A nuestra historia perfecta. A nuestra historia. Y a nosotros sin más.