"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

jueves, 7 de septiembre de 2017

Hogar

Hoy hace casi una semana que la estación de Madrid supo más a despedida que nunca. Cuando el poco sol que nos bañaba la piel decidió marcharse cumpliendo tu deseo de que hiciera frío, aunque creo que solo podía sentirlo yo. Hace casi una semana que intenté amortiguar el golpe con mi eterna lista de canciones tristes, llenas de voces rotas cantando cosas que cada vez entiendo más. Hace casi una semana que prioricé echarte de menos y aún no consigo reordenarme.

Por primera vez en mi vida, cada kilómetro que me acercaba aquí me hacía estar más fuera de casa. En solo dos días dejé de sentir tu olor y tuve que darme prisa para recordarlo siempre. Eché de menos ocupar el lado izquierdo y ver como tu respiración subía y bajaba la sábana toda la noche. Y no escuché bandas sonoras mientras se enfriaba el café. Sentía que te me escapabas entre los pequeños agujeros que quedan al cerrar los dedos de la mano hasta que solo quedara aire y muchos recuerdos borrosos.

Cógeme de la mano y vuelve a llevarme a la sala añil del Prado, la que hace juego con tus ojos. Consigue que me pierda tanto entre las pinturas de Velázquez y Tiziano que llegue a pensar que solo existimos tú y yo. Demuéstrame otra vez que tienes la sonrisa más bonita del mundo al hablarme sobre las pequeñas cosas y hazme viajar a ver la nieve en Estambul o a cualquier calle de Viena solo con cerrar los ojos mientras me meces con tu voz.

Volvamos a creer que no tener objetivos es el mejor plan para un fin de semana. A emborracharnos a Margaritas en un pequeño restaurante. A jugarnos la vida en cada semáforo en rojo. A no dejar de llevarnos la contraria en todo. A echar a andar a las tantas hasta que nuestros pies acaben entrelazados en tu cama y nos demos las buenas noches mirándonos a los ojos. Volvamos a ser nosotros sin filtro, aunque sea solo por un instante.

Hoy hace casi una semana que Bilbao me recibió diluviando, pero tuve que ver los paraguas en la Gran Vía para llegar a darme cuenta de que ese agua que caía era lluvia, no mis lágrimas.
Aunque me gusta pensar que esta ciudad lloraba conmigo... Porque se había dado cuenta de que, por tu culpa o gracias a ti, jamás volveré a considerarla hogar.