"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

martes, 28 de enero de 2014

Carta a un amor olvidado

No sé realmente qué hago al escribir esta carta, toda palabra será inútil porque no conseguirá romper la barrera que nos separa y llegar a emocionarte, por mucho sentimiento que desborde o por muchos recuerdos que contenga. Pero lo necesito, necesito ordenar la cabeza e intentar frenar las lágrimas que se me amontonan en los ojos cada vez que escucho tu nombre. Pero, entiéndeme, es imposible recuperarte. Imposible. Solo se entiende la rotundidad de esa palabra cuando te da en las narices. No más café por las mañanas, no más bailes de salón en el dormitorio, no más olor a tu champú, no más sabor a sopa caliente en los fríos días de invierno. No más nada. No más tú.

Es muy complicado reorganizar mi vida sin ti, sobre todo después de más de cincuenta años a tu lado. Ahora mi vida eras tú. Eres tú. Habíamos creado demasiadas costumbres, demasiadas tradiciones, demasiada rutina. La cama es enorme y, por muchas mantas que me ponga, tengo frío sin que tus pies rocen los míos. La noches de insomnio son eternas sin que te pueda ver dormir mientras sonrío. Y el silencio, ese silencio que grita a voces tu ausencia, me martillea la cabeza cada momento y me está empezando a volver loco. La casa está llena de instantes a tu lado, anécdotas medio perdidas y recuerdos empañados.

No sabes cuánto quema pensar que todo se ha ido contigo. Los paseos con las manos entrelazadas y las películas en el sofá. Incluso echo de menos nuestras discusiones y nuestros pequeños encontronazos. A las buenas y a las malas dijeron... Y tenían razón. Pensaba que los malos momentos aparecería tarde o temprano, sí, pero también pensé que los resolveríamos... juntos. Y esa es la parte que falla y lo rompe todo. Juntos.

Porque sí, puedo ir a visitarte y cogerte de la mano, y contarte mil recuerdos y mil historias sobre lo que sea. Pero nadie sabe lo que es que la mujer con la que lo has compartido todo pregunte: "¿Quién eres?" cada vez que entras a la habitación del frío hospital. Pero bueno, supongo que tengo que aceptar que eso es lo que hace el maldito alzheimer. Y que si este amor sigue vivo... Solo es por mi.

lunes, 20 de enero de 2014

Un náufrago del silencio

“Qué bonita noche” pensó Marcos. Y entonces decidió todo. Él vivía en un pueblo cercano a Madrid, donde no podía salir cada noche a que las olas le acariciaran los pies. Ni podía quedarse a mirar el reflejo de la luna en el dulce vaivén del mar. Ni admirar el silencio que, nadie sabe por qué, es completamente distinto al silencio de su pueblo o de cualquier otro pueblo. Era verano y había ido a ver por primera vez el mar. Y se quedó maravillado. Jamás imaginó que algo pudiera imponer tanto. El pensar que estaba ante un paisaje infinito lleno de… magia. Y entonces lo decidió todo. Enfocaría su vida al mar, conseguiría tener un barco para poder atravesar cuanto pudiera de él. Y sería feliz solo con la tranquilidad que aporta ese suave sonido del agua al chocar con el casco del barco.

Pero tener un barco no sería fácil. Están los costes y el esfuerzo. Pero a Marcos no le importó, con solo quince años, los bolsillos vacíos y la esperanza en las nubes comenzó a trabajar. Marcos era el claro ejemplo de la dedicación y el esfuerzo. En su cabeza todo estaba claro. Luchar mucho para cumplir su sueño y ser feliz disfrutándolo. Y eso hizo. Se pasó toda su vida ahorrando, todo el día preocupándose de asegurar su futuro en el mar y su larga travesía por el océano. Y con tanta dedicación Marcos lo logró. Con setenta años, las manos labradas por tantos trotes y la mirada de un niño de cinco años, se compró un pequeño barco, todo lo necesario para embarcarse al destino y partió. Lejos. Sin rumbo fijo… Con la única intención de revivir los sentimientos de aquel joven de quince que vio por primera vez el mar.

Y tras todo el esfuerzo se sentó a ver cómo se alejaba la orilla y se veía rodeado de paz y tranquilidad. Y cerró los ojos para escuchar la brisa. Y sonrió, sonrió como nunca antes había sonreído. Volvió a ver la luna reflejada en la inmensidad del mar. Y a pensar bajo ese silencio tan especial. Y según pasaban las noches… Algo en su cabeza cambiaba todo su mundo. “Buena noche” pensó. Y entonces se dio cuenta. ¿Cuánto hacía que no decía eso? Cuando no tienes nada más que pensar, toca recordar. Recordar tiempos pasados… Y cuando tienes setenta te empiezas a replantear toda tu vida. “¿Dónde estás? En medio del mar, tal y como lo soñabas. Lo has conseguido, has alcanzado tu sueño… ¿No eres feliz? Llevas más de cincuenta años soñando con esto.”

Pero el silencio del mar también duele. Quizás es que te das cuenta de que no tienes compañera de viaje, alguien que te ayude a manejar tu timón y a enfrentarte a las tempestades. Ni pequeños grumetillos que te hagan más alegres las mañanas. Y Marcos se dio cuenta de todo. Estaba en medio del mar. Solo. Y todo por no querer mirar a los lados del camino, pensando solo en la meta. Su vida no había sido hecha de momentos, se sonrisas tímidas ni de sábados con los amigos. Qué ironía, buscar el mar y acabar viviendo en una pecera, encerrado entre las cuatro paredes de una oficina. Marcos lloró esa noche, pero las lágrimas se perdieron en el mar… Como su vida… Como su historia. Tan solo era un náufrago… Un náufrago del silencio.

Todos deberíamos tener un sueño, una meta, un objetivo en la vida. Y deberíamos luchar por conseguirlo. Pero también tenemos que entender que la felicidad está hecha de instantes. Recordad recordar cada “Buenos días”, cada “¿Quedamos esta tarde?”, cada “Te quiero”. Capturar esos momentos preciosos que nos rompen la rutina… Ser felices no es cuestión de ser grandes… Si no de buscar esas pequeñas cosas.

martes, 14 de enero de 2014

Buenas noches abuelo:

Buenas noches abuelo:

Me han mandado escribir una carta en clase. Una carta a alguien que no conoces. Y, tras mucho pensar, he llegado a la conclusión de que tengo mucho más que decirte a ti que a cualquier otra persona que no haya conocido. Y, por supuesto, que a cualquier famoso. Sé que no es del todo justo, que, aunque no te haya conocido en persona, conozco muchas cosas de ti, he escuchado a mi madre hablar sobre ti, con los ojos brillantes y una sonrisa tímida asomando. He apuntado en mi cabeza tantas anécdotas tuyas que podría llenar muchas libretas. He visto tantas veces tu álbum de fotos que incluso podría hacerte un retrato de memoria. Pero, realmente, no sé nada de ti. Solo tengo un viejo oso de peluche que algún día fue tuyo. Y eso me duele.

Ley de vida dicen, sí. Pero los dicen aquellos que salían con sus abuelos al parque los domingos. O los que han comido un paquete de gominolas a medias. O los que le dirigían una mirada cómplice cuando le daban la paga. Me hace gracia, nunca sabré a ciencia cierta lo que es sentir eso. Solo puedo imaginármelo cuando cierro los ojos. Quiero tenerte aquí. Que me cuentes por enésima vez tus batallitas de siempre. Charlar contigo sobre el tiempo y salir a tomarnos algo. Quiero tener ese vínculo abuelo-nieto que es tan especial...

Pero la vida no está hecha de lo que queremos. Y yo estoy aquí y tu estás lejos. Me consuelo pensando que estás cuidando de mí y que, dentro de algún tiempo, por fin podré abrazarte. De momento seguiré abrazando a tu oso de peluche todas las noches. Como si fuera un niño durmiendo... Un niño que duerme bajo la mirada de su abuelo.



domingo, 5 de enero de 2014

A SS.MM. Los Reyes Magos:

A Sus Majestades Los Reyes Magos:

Hace tiempo que no os escribía, y sinceramente no esperaba volver a hacerlo, pero estamos a día cinco y me ha entrado nostalgia de ver las miles de cartas de los niños. En primer lugar, gracias por todo lo que me habéis traido estos largos diecisiete años. Ya no me refiero a los regalos materiales, sino a los buenos deseos y propósitos que siempre queremos pero nunca pedimos.

No os voy a mentir, no he sido siempre bueno. He hecho muchas cosas de las que me arrepiento. He fallado una y otra vez y he hecho daño a personas a las que quiero. Pero bueno, yo escribo mi carta y ya vosotros veréis.

Voy a pediros mucho, voy avisando. Quiero que me traigáis alguna cosa, que me ayudéis a mantener otras y que os llevéis unas cuantas. Repito que ya lo siento... Pero yo lo intento.

Quiero mantener a todos esos que consiguen aguantarme, pase lo que pase, sea lo pesado que sea. Seguir teniendo a gente que me escuche y gente a la que escuchar. Seguir en contacto con todas esas personas importantes, sobre todo este año lleno de cambios.

Me gustaría que os llevarais esa parte de mí que odio. La vergüenza, el miedo, mis cabezonerías y mis faltas de paciencia. Que os llevarais todo lo que me hace fallar. Y todo el negativismo que podais.

Y, por último, me gustaría que me trajerais todo lo que necesito para salir adelante y poco a poco ir cumpliendo mis sueños. Más ilusión, esperanza, paciencia y esfuerzo. Que los dieciocho caigan bien. Y, por favor, dadme la oportunidad de conocer a todas esas personas que están lejos pero son importantes. Tengo muchas conversaciones que hacer, un puñado de fotos que sacarme y dos abrazos pendientes. Y, bueno, si me podéis traer una novia... Sería perfecto.

Realmente, sé que la mayoría de lo que he escrito lo tengo que conseguir yo. Pero sigo creyendo en la magia... Y necesitaba ordenar mi cabeza.

Y de nuevo, gracias por todo... Por verme crecer y por ayudarme a seguir siendo un niño. Con mucho cariño.