"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

sábado, 24 de mayo de 2014

La niña de los ojos claros.

Y allí estaba otra vez. La niña de los ojos claros, talandrándome hasta el centro de mi alma. Tocando donde duele. Con su coleta y sus movimientos, marcando el ritmo de la música, del baile y de mi corazón. Cada gesto, cada paso es una pulsación de mi gastado corazón. No soporto verla, allí, al compás de la melodía que, por muy rápida y movida que sea, es la más triste que he oído. No lo soporto... No quiero soportarlo, no puedo soportarlo. Porque sé que volverá y me romperá los pocos trozos de alma que he podido unir después de que me la rompiera en pedazos. Debo ignorar su mirada, su baile, su todo. Y me despertaré empapado en un sudor espeso, pero el sueño seguirá... Porque ella no se ha ido, nunca se irá. Puede que suene a locura, pero vivo dentro de una camisa de fuerza... La que crearon sus besos. Y ahora me escondo detrás de estas palabras, quizás por miedo a salir... Quizás por miedo a olvidarla. Porque después de todo lo que me ha hecho, yo sin ella, sin sus ojos claros y sin sus movimientos, no sería nada... No sería nadie.