“Qué bonita noche” pensó Marcos. Y entonces decidió todo. Él
vivía en un pueblo cercano a Madrid, donde no podía salir cada noche a que las
olas le acariciaran los pies. Ni podía quedarse a mirar el reflejo de la luna
en el dulce vaivén del mar. Ni admirar el silencio que, nadie sabe por qué, es
completamente distinto al silencio de su pueblo o de cualquier otro pueblo. Era
verano y había ido a ver por primera vez el mar. Y se quedó maravillado. Jamás
imaginó que algo pudiera imponer tanto. El pensar que estaba ante un paisaje
infinito lleno de… magia. Y entonces lo decidió todo. Enfocaría su vida al mar,
conseguiría tener un barco para poder atravesar cuanto pudiera de él. Y sería
feliz solo con la tranquilidad que aporta ese suave sonido del agua al chocar
con el casco del barco.
Pero tener un barco no sería fácil. Están los costes y el
esfuerzo. Pero a Marcos no le importó, con solo quince años, los bolsillos
vacíos y la esperanza en las nubes comenzó a trabajar. Marcos era el claro
ejemplo de la dedicación y el esfuerzo. En su cabeza todo estaba claro. Luchar
mucho para cumplir su sueño y ser feliz disfrutándolo. Y eso hizo. Se pasó toda
su vida ahorrando, todo el día preocupándose de asegurar su futuro en el mar y
su larga travesía por el océano. Y con tanta dedicación Marcos lo logró. Con
setenta años, las manos labradas por tantos trotes y la mirada de un niño de
cinco años, se compró un pequeño barco, todo lo necesario para embarcarse al
destino y partió. Lejos. Sin rumbo fijo… Con la única intención de revivir los
sentimientos de aquel joven de quince que vio por primera vez el mar.
Y tras todo el esfuerzo se sentó a ver cómo se alejaba la
orilla y se veía rodeado de paz y tranquilidad. Y cerró los ojos para escuchar
la brisa. Y sonrió, sonrió como nunca antes había sonreído. Volvió a ver la
luna reflejada en la inmensidad del mar. Y a pensar bajo ese silencio tan
especial. Y según pasaban las noches… Algo en su cabeza cambiaba todo su mundo.
“Buena noche” pensó. Y entonces se dio cuenta. ¿Cuánto hacía que no decía eso?
Cuando no tienes nada más que pensar, toca recordar. Recordar tiempos pasados…
Y cuando tienes setenta te empiezas a replantear toda tu vida. “¿Dónde estás?
En medio del mar, tal y como lo soñabas. Lo has conseguido, has alcanzado tu
sueño… ¿No eres feliz? Llevas más de cincuenta años soñando con esto.”
Pero el silencio del mar también duele. Quizás es que te das
cuenta de que no tienes compañera de viaje, alguien que te ayude a manejar tu
timón y a enfrentarte a las tempestades. Ni pequeños grumetillos que te hagan
más alegres las mañanas. Y Marcos se dio cuenta de todo. Estaba en medio del
mar. Solo. Y todo por no querer mirar a los lados del camino, pensando solo en
la meta. Su vida no había sido hecha de momentos, se sonrisas tímidas ni de
sábados con los amigos. Qué ironía, buscar el mar y acabar viviendo en una
pecera, encerrado entre las cuatro paredes de una oficina. Marcos lloró esa
noche, pero las lágrimas se perdieron en el mar… Como su vida… Como su
historia. Tan solo era un náufrago… Un náufrago del silencio.
Todos deberíamos tener un sueño, una meta, un objetivo en la
vida. Y deberíamos luchar por conseguirlo. Pero también tenemos que entender
que la felicidad está hecha de instantes. Recordad recordar cada “Buenos días”,
cada “¿Quedamos esta tarde?”, cada “Te quiero”. Capturar esos momentos
preciosos que nos rompen la rutina… Ser felices no es cuestión de ser grandes…
Si no de buscar esas pequeñas cosas.
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