"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

lunes, 20 de enero de 2014

Un náufrago del silencio

“Qué bonita noche” pensó Marcos. Y entonces decidió todo. Él vivía en un pueblo cercano a Madrid, donde no podía salir cada noche a que las olas le acariciaran los pies. Ni podía quedarse a mirar el reflejo de la luna en el dulce vaivén del mar. Ni admirar el silencio que, nadie sabe por qué, es completamente distinto al silencio de su pueblo o de cualquier otro pueblo. Era verano y había ido a ver por primera vez el mar. Y se quedó maravillado. Jamás imaginó que algo pudiera imponer tanto. El pensar que estaba ante un paisaje infinito lleno de… magia. Y entonces lo decidió todo. Enfocaría su vida al mar, conseguiría tener un barco para poder atravesar cuanto pudiera de él. Y sería feliz solo con la tranquilidad que aporta ese suave sonido del agua al chocar con el casco del barco.

Pero tener un barco no sería fácil. Están los costes y el esfuerzo. Pero a Marcos no le importó, con solo quince años, los bolsillos vacíos y la esperanza en las nubes comenzó a trabajar. Marcos era el claro ejemplo de la dedicación y el esfuerzo. En su cabeza todo estaba claro. Luchar mucho para cumplir su sueño y ser feliz disfrutándolo. Y eso hizo. Se pasó toda su vida ahorrando, todo el día preocupándose de asegurar su futuro en el mar y su larga travesía por el océano. Y con tanta dedicación Marcos lo logró. Con setenta años, las manos labradas por tantos trotes y la mirada de un niño de cinco años, se compró un pequeño barco, todo lo necesario para embarcarse al destino y partió. Lejos. Sin rumbo fijo… Con la única intención de revivir los sentimientos de aquel joven de quince que vio por primera vez el mar.

Y tras todo el esfuerzo se sentó a ver cómo se alejaba la orilla y se veía rodeado de paz y tranquilidad. Y cerró los ojos para escuchar la brisa. Y sonrió, sonrió como nunca antes había sonreído. Volvió a ver la luna reflejada en la inmensidad del mar. Y a pensar bajo ese silencio tan especial. Y según pasaban las noches… Algo en su cabeza cambiaba todo su mundo. “Buena noche” pensó. Y entonces se dio cuenta. ¿Cuánto hacía que no decía eso? Cuando no tienes nada más que pensar, toca recordar. Recordar tiempos pasados… Y cuando tienes setenta te empiezas a replantear toda tu vida. “¿Dónde estás? En medio del mar, tal y como lo soñabas. Lo has conseguido, has alcanzado tu sueño… ¿No eres feliz? Llevas más de cincuenta años soñando con esto.”

Pero el silencio del mar también duele. Quizás es que te das cuenta de que no tienes compañera de viaje, alguien que te ayude a manejar tu timón y a enfrentarte a las tempestades. Ni pequeños grumetillos que te hagan más alegres las mañanas. Y Marcos se dio cuenta de todo. Estaba en medio del mar. Solo. Y todo por no querer mirar a los lados del camino, pensando solo en la meta. Su vida no había sido hecha de momentos, se sonrisas tímidas ni de sábados con los amigos. Qué ironía, buscar el mar y acabar viviendo en una pecera, encerrado entre las cuatro paredes de una oficina. Marcos lloró esa noche, pero las lágrimas se perdieron en el mar… Como su vida… Como su historia. Tan solo era un náufrago… Un náufrago del silencio.

Todos deberíamos tener un sueño, una meta, un objetivo en la vida. Y deberíamos luchar por conseguirlo. Pero también tenemos que entender que la felicidad está hecha de instantes. Recordad recordar cada “Buenos días”, cada “¿Quedamos esta tarde?”, cada “Te quiero”. Capturar esos momentos preciosos que nos rompen la rutina… Ser felices no es cuestión de ser grandes… Si no de buscar esas pequeñas cosas.

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