"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

jueves, 19 de septiembre de 2013

El punto de apoyo con el que moveré el mundo Parte 3

Penúltima parte de la historia... Disfrutad.

"Nada más llegué a casa me eché en la cama a llorar hasta que me quedé
dormida. Y otra vez soñé. Yo en un hoyo, solo que esta vez no había mano por
ningún sitio, estaba yo sola en el hoyo sin poder salir de ninguna manera. Me
desperté y lo entendí todo. La mano no era de mi padre, era la mano amiga, la
única que me podía sacar de todo este rollo, la única que me podía ayudar a
renacer. La mano de Miguel.

Hice una cosa que no había hecho desde hace un mes, encendí el móvil. Pasé
de todos los mensajes y las llamadas perdidas y busqué mis cascos de música.
Cuando los encontré, los conecté al móvil y dejé que la música de Adele me
recorriera por las venas. Por primera vez en mucho tiempo me sentí motivada,
Empecé a buscar por el suelo. Busqué y busqué y encontré lo que quería
debajo de mi cama. Una bola de papel arrugada, la misma que hice yo con la
nota de Miguel unas semanas atrás. Me puse a abrirla y leí lo que había dentro:
“Estoy muy preocupado por ti. Hace días que no me hablas, no enciendes el
móvil y no te conectas en el ordenador. Te echo de menos. Sé que es una
época dura para ti, pero déjame ayudarte a superarla. Solo quiero volver
a verte sonreír, volver a pasar los momentos que hemos pasado juntos,
sentarnos en un banco y hablar, reírnos viendo los capítulos de  Friends  o ir
a tomarnos una hamburguesa. Sé cómo te sientes. Bueno no, no sé cómo
te sientes y también sé que superará con creces toda tristeza que yo haya
soportado. No sé si leerás esto, pero si lo lees, sea cuando sea, quiero que
sepas que aquí hay una persona dispuesta a estar al cien por cien por y para ti.”
Tardé tiempo en reaccionar. Miguel, aquel al que había gritado y al que había
herido esa misma mañana, sigue siendo, o al menos seguía siendo, mi punto
de apoyo y yo solo le había hecho daño, una y otra vez. Una y otra vez. Me
sentí mal, muy muy mal. Tenía que pagarle de alguna manera todo lo que ha
hecho por mí y todo el daño que le había hecho. O, al menos, acercarme lo
más posible porque nunca le voy a poder agradecer todo lo que ha hecho por
mí y nunca le voy a poder compensar por todo el daño que le he hecho sufrir.
Empecé a mover hilos. Descubrí que su grupo favorito venía a dar un concierto
el mes que viene, pero según su estado del Tuenti no tenía dinero para asistir.
Perfecto. Tras comprar dos entradas, salí a la librería de debajo de mi casa
y le compré el último libro de uno de sus escritores favoritos y fui a la tienda
de chuches más cercana y compré todas las gominolas de cereza que había,
porque sabía que eran sus favoritas. Antes de ir a casa le compré una bolsa de
regalo con una imagen de la ciudad de sus sueños, Nueva York.

Una vez preparado el regalo, me dirigí hacia su casa. Pensé en dejarle la
bolsa en la puerta, tocar el timbre y salir corriendo; pero decidí que tenía que
enfrentarme a los hechos de cara, sin miedos."

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