"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

martes, 17 de septiembre de 2013

El punto de apoyo con el que moveré el mundo. Parte 1

Hoy vengo a proponeros una cosa distinta. Voy a subir un relato que tengo escrito desde hace ya un tiempo. Es un relato muy especial por muchas razones y es la primera vez que el protagonista, que al mismo tiempo es el narrador, es una chica. Espero que os guste leerlo. Recuerdo que está escrito hace dos años, pero... Tengo que subirlo. Vamos con la primera parte.

"Silencio. Solo silencio. La sala está llena de gente, pero para mí solo hay un
espeso y ensordecedor silencio. Yo también estoy callada, igual porque todavía
no me he dado cuenta, o no me he querido dar cuenta, de lo que realmente
significa este silencio. Veo a mi madre llorando, pero no la escucho. Mi sentido
de la escucha se ha ido junto con el último pitido del electrocardiograma. No
puede ser, no todavía. Un médico me obliga a salir de la habitación, pero no
puedo, mis piernas no responden. Hasta que noto que una mano me agarra
y me guía hasta la sala de espera. La mano es de Miguel, mi mejor amigo. Al
llegar a la sala de espera nos sentamos con las manos todavía agarradas y me
quedé dormida en su hombro, bajo su mirada fraternal. Miguel es mi punto de
apoyo, es aquel que siempre ha estado ahí cuando le he necesitado, tanto en
lo bueno, como en lo malo; y sobre todo desde que empezó el problema un año
Mientras duermo, sueño que me he caído en un hoyo y que no puedo salir;
pero, de repente, aparece una mano a la cual me debo agarrar si quiero ser
libre. No sé de quién es la mano, pero irradia confianza, así que me agarro a
ella. Sin embargo, justo en el momento en el que nuestras manos rozan, me
despierto. Seguía en el mismo sitio, en la sala de espera, pero Miguel ya no
estaba. Entonces, surgió esa chispa de esperanza que me decía que todo
había sido un sueño, que si cruzaba la puerta le vería, me soltaría uno de sus
comentarios sarcásticos y notaría ese brillo en los ojos tan característico suyo.
Con esa esperanza fui corriendo a la habitación y al abrirla me quedé
extrañada. La cama estaba perfectamente hecha, como si estuviera esperando
albergar a otra persona. Entonces me vibró el móvil. Era un mensaje de Miguel
en el que decía que tenía que haberse ido porque se le hacía tarde y que
volvería mañana. Entonces un golpe de emociones me hizo caer al suelo. Por
fin pude asimilarlo, mi padre había muerto.

Los siguientes días fueron horribles. Solo lloraba y dormía, lloraba y dormía.
Tan solo salía de mi habitación a por agua y al baño. No hablaba con nadie,
incluso apagué el móvil para no recibir llamadas o mensajes. Cualquier cosa
que veía era motivo de llanto en recuerdo a mi padre: Peter Pan, el libro que
más me gustaba que me leyera mi padre de pequeña; la guitarra española que
me regaló por mi cumpleaños; el vestido que elegimos juntos para la gala del
colegio… Todo. Dormía unas dieciséis horas y lloraba el resto. Y no dejaba
entrar en mi habitación a nadie. A nadie.

Pasada una semana y media, más o menos, un domingo, llamaron a mi puerta.
Miguel había venido a hablar conmigo. Era la tercera vez que venía y todavía
no había conseguido que le dejara pasar y esta vez no iba a ser diferente.
Por más que me suplicó y me rogó no le deje entrar. Antes de irse me pasó
una nota por debajo de la puerta. Sin leerla, la arrugué y la tiré al suelo. Cogí
una hoja de cuaderno y escribí en grande: “DEJAME EN PAZ”. Oí unos pasos
alejándose y volví a quedarme dormida. Tuve el mismo sueño que en la sala
de espera. Yo, un hoyo y una mano; solo que esta vez la mano se iba alejando
poco a poco. Me desperté y empecé a llorar. Creí haber entendido el sueño. La
mano era la de mi padre y sentía que me estaba abandonando. Me sentí sola.
Completamente sola. Más que nunca."

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