"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

lunes, 9 de diciembre de 2013

La de los ojos bonitos

Las luces de la ciudad nos reflejan en la cara mientras las piernas nos cuelgan de la azotea. Dicen que estamos en la ciudad de las luces, la ciudad de las oportunidades, la ciudad de los sueños. Y ¿Sabes qué? No se equivocan. Y, aunque Nueva York en las películas siempre parezca una ciudad para gente con dinero que entra en las tiendas más caras, cena en el restaurante de moda y se aloja en la suite del mejor hotel; esta gran ciudad es mucho más que todo eso. Es caminar por las anchas calles de la mano de alguien, rodeado de altos rascacielos. Es sentarse en un banco a ver como el sol se va y las luces vienen. Es perderse en Central Park, callejear por cada esquina, unirse a la rutina, tomarse un café observando el ir y venir de la gente. Nueva York está hecha de sueños, esperanzas, aspiraciones. Es magia de día y magia de noche. Y , hazme caso, aquí es donde sucedió todo. Yo iba caminando con prisa por una de las calles más grandes de aquí. Y, de repente, le oí. Era un hombre de aspecto acabado, pero con un brillo muy especial en los ojos. Y un violín entre sus manos. Y me paré en seco, estaba tocando "Es la noche del amor" de la película de "El Rey León". Y me llegó al corazón. Sería el sentimiento de soledad, melancolía y misterio que trasmitía el rozar de las cuerdas pero me quedé hasta el final y le di el poco dinero que tenía. Pero no conseguía quitarme esa melodía y esos ojos de la cabeza. Y tuve que ir al día siguiente a escucharle de nuevo y darle algo de dinero. Y poco a poco caí en una especie de adicción y mis visitas eran diarias. Las notas me ayudaban a continuar con todo y la agilidad de sus manos me hipnotizaban. Se convirtió en rutina. Hasta que un día cambió todo.

Hacía frío, pero el hombre llevaba las manos desnudas para poder tocar bien el violín. Tras llenarme de magia, me di media vuelta y me dispuse a irme, pero una mano me aferró del hombro. "Em... Lo siento, no quiero molestar, pero me gustaría saber si a una chica tan guapa como tú le gustaría cenar con un hombre como yo". Me puse roja y no sabía que decir, pero tras ver como agachaba la cabeza, decidí decir que sí. Si sabe tocar así, no puede ser un mal hombre. Me dio una dirección y a la hora que me dijo, me presenté allí.

Me encuentro una azotea con una mesa decorada con velas y con un gran banquete. Desde la azotea se ven todas las luces que podía haber en todo Nueva York y en una esquina, bajo la tenue luz de los farolillos que colgaban por todo el lugar, había una lona que tapaba algo enorme. Y el hombre que toca el violín me ofrece sentarme al banquete. Me siento quizás un poco defraudada. No es posible que un hombre que toca en una esquina pueda pagar esto. Él lo nota y acto seguido me dice: "Te preguntarás como he podido pagar todo esto. Pues bien. La azotea era donde mi padre me enseñaba música cada día, el lugar donde he crecido. Y para todo lo demás he ido metiendo en un bote todas las monedas que tú me dabas, porque desde el primer día que te paraste enfrente de mí, me quedé prendado de esa sonrisa preciosa.". Y saca el bote en el que pone "para la de la sonrisa bonita". Se acerca a la lona y lo quita, enseñando un viejo piano. Hunde los dedos en las teclas y toca "Es la noche del amor".

Y ahora estoy cogiéndole la mano mirando todas las luces que hay. Y dándome cuenta de que realmente Nueva York es la ciudad de los sueños.



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