"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

martes, 11 de noviembre de 2014

El Cuento del Hombre del Taxi 37.

Pocas cosas más tristes hay que ver como una persona con mucho potencial se descompone, se rompe y se queda vacío. Como esos ojos llenos de brillos de ilusión se vuelven grises y monótonos, como todo en esta vida.

Yo trabajo conduciendo un taxi. Y gracias a ese empleo conocí a la mejor persona que recuerdo. Julián era un hombre un poco mayor que yo, calvo y canoso. Pero lo más importante de Julián no era su físico. Julián nunca jamás perdía esa sonrisa, aunque lloviera, hiciera excesivo calor o le tocará la persona más pesada del mundo. Dicen que si tenías la suerte de cruzarte con el hombre del taxi 37 por la mañana tenías buen humor todo el día.

Julián fue mi bote salvavidas en muchas ocasiones. Por problemas familiares y personales no pude acabar mis estudios y tuve que ponerme a trabajar. Entonces fue cuando conocí la magia. Julián fue quien más me apoyó tras la muerte de mi madre y quien me hizo creer que, en realidad, podía aspirar a mucho más cuando mi novia me dejó. Fue casi un segundo padre para mí...

Julián era feliz. Siempre lo decía, que no le faltaba nada. Tenía una mujer preciosa y muy inteligente ("Demasiado guapa para mí", como decía entre risas) y un hijo que era la cosa más bonita que he visto en mi vida, Andrés.

Aún recuerdo cómo venía el canijo de Andrés a saludar a su padre todas las tardes antes de ir al parque. Esos cinco minutos cada tarde en la parada del taxi donde trabajábamos me ayudaron a ver que Andrés era realmente especial. Hablaba con una soltura que no era normal con la escasa edad que él tenía. Y cuando fue creciendo fue mejorando y aprendiendo. Era inquieto, curioso y muy creativo. Un día me trajo un par de folios doblados como si fueran un libro con un cuento que había escrito e ilustrado él. "El Cuento del Hombre del Taxi 37", donde relataba aventuras en las que su padre hacía feliz a toda la ciudad. Me dejó con la boca abierta... Andrés era magia... Era como su padre y tenía todo un futuro brillante por delante. O eso creía.

Lunes lluvioso. Nueve y media de la noche. Un coche. Un taxi. El hombre del taxi 37. Un fuerte impacto. Un ruido ensordecedor. Luego silencio. Luces de policía. Luces de ambulancia. Y negro. Negro para siempre. Así debió de ser para Julián.

Pocas cosas más tristes hay que ver como una persona con mucho potencial se descompone, se rompe y se queda vacío. Como esos ojos llenos de brillos de ilusión se vuelven grises y monótonos, como todo en esta vida.

Me dicen que Andrés ha perdido su magia. Creo que su madre ya no es tan preciosa como lo era, me dicen que ha envejecido diez años en apenas meses. Sí que es verdad que el tiempo se le hacía eterno. Ahora solo busca encerrarse en sí misma e intentar entender el por qué de todo. También me dicen que Andrés ha guardado para siempre su lápiz y que ahora ni se preocupa en los estudios.

Y a mí me gustaría creer que esto es solo un rumor en malas lenguas, pero no sabéis cuánto duele tocar la realidad cuando te tocan la ventanilla y aparece la sombra de Andrés tan solo para pedirte un cigarrillo... Parece mentira que las manos temblorosas que sujetan el cigarrillo sean las misma que firmaron el cuento que con un sentimiento agridulce guardo en mi guantera. "El Cuento del Hombre del Taxi 37".

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