"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

jueves, 13 de noviembre de 2014

El vendedor de sueños

Te sorprenderá encontrarte esto aquí, aunque quizás ya te lo esperabas un poco. No lo entiendo... ¿Por qué yo?, ¿Por qué no cualquier otro?

Me preguntabas si recuerdo la primera vez que no vimos... No podría olvidarlo aunque quisiera. Era un martes por la tarde, yo tendría unos doce años y diluviaba como si no hubiera un mañana. Yo estaba molesta, muy molesta. Aquel día había sido todo un infierno de muchas maneras distintas. Y además estaba empapada. Entré corriendo en tu tienda para resguardarme de la lluvia y me puse a dar una vuelta hasta que noté una voz en mi espalda.

-¿Necesitas algo?-ahora puedo decírtelo... Tuve miedo, miedo a que me echaras de allí de mala manera porque solo era una niña que estaba pasando el rato para no mojarse.
-No, solo estaba...-empecé a titubear.
-Solo estabas esperando a que acabara de llover, ¿verdad?
-Sí...-me puse nerviosa. Muy nerviosa, incluso los ojos se me pusieron llorosos... Jamás imaginaría lo que pasaría en ese momento.
-Bueno, pues si vas a quedarte aquí un rato, mejor que estés entretenida... Ven, te voy a enseñar la tienda.
-De... De acuerdo.

Y esa vez fue la primera vez que me fijé. Siempre pasaba por delante, pero nunca me detenía a mirar. Es más, creo que esa era la primera vez que entraba. Tengo que confesártelo, aquel día tu tienda me dejó a cuadros. Nunca había estado en un sitio con tantas estanterías gigantes llenas de lomos de millones y millones de libros. Y lo que más me gustó fue una pequeña salita a la que se llegaba subiendo una vieja escalera de caracol. La pequeña salita desde donde se veía el exterior mediante una gran cristalera.

-Toma-pusiste entre mis pequeñas manos un libro-. Yo creo que este libro te gustará. Quédate aquí arriba leyendo mientras deja de llover, que tengo que ir abajo a cuidar de la tienda-y me sonreíste de una manera que jamás olvidaré.

Yo me quedé allí sin saber muy bien que hacer. La verdad es que yo no leía mucho, por no decir nada, así que primero me quedé observando la calle. Veía pasar a mucha gente con sus paraguas o tapándose con un gorro. Pronto me aburrí y decidí ponerme a leer, a ver qué tal. Oliver Twist. El titulo ya me aburría, pensé. Pero aun así empecé. Y ya solo recuerdo una cosa... Que cuando levanté la cabeza un momento y miré hacia la calle me llené de una sensación que no me había pasado nunca. Veía pasar a todo el mundo con mucha prisa, casi corriendo y a lo suyo. Y allí estaba yo, en un comodísimo sillón, tranquila y sin prisas. Disfrutando como nunca lo había hecho nunca. Sonreí y con ese sentimiento nuevo baje la vista al libro. Yo no lo sabía, pero me acababa de enamorar. Me acababa de enamorar del momento, del libro... Del placer de leer.

Pasaron horas y escuché un ruido en la puerta.

-Oye-dijiste-, no pretendía asustarte, pero como ya hacía tiempo que había dejado de llover y no habías bajado... Era por si te había pasado algo.
-No... Se me había pasado la hora...
-Eso significa que el libro te ha gustado, ¿verdad?
-Sí
-Lo sabía-sonreíste de nuevo.
-¿Qué hora es?
-Las siete y media.
-¡MI MADRE ME VA A MATAR! Me tengo que ir.
-¿Te has acabado el libro?
-No...
-¿Por qué no te lo llevas?
-Es que ahora mismo... No tengo dinero.
-Hagamos una cosa...-me miraste con complicidad- yo te dejo el libro y la semana que viene me lo devuelves. Así puedes acabarlo.
-¿No te importa?
-Mientras lo cuides bien...

Guardé el libro en la mochila y me dispuse a salir. Cuando ya estaba en la calle, volví.

-Muchas gracias-te dije.
-Muchas veces-respondiste.

A partir de entonces las visitas a tu tienda fueron cada vez más frecuentes. No sé si era el sitio, el puro placer de leer o tú mismo. Me dabas confianza... El viejo librero feliz. Creo que nunca te he visto sin sonreír... Y eso es genial.

Cada vez que iba me dejabas un libro distinto... Podía pasarme horas leyendo en la pequeña salita con un café en la mano, charlando contigo sobre cualquier tema o ayudándote a ordenar los libros. Cualquier cosa que hacía allí me hacía feliz. Además, si tenía mal día o cualquier problema, entre los libros y tú me hacíais olvidarlo.

Creo que aquí he podido volar más de lo que podré volar en toda mi vida. Tú no vendes libros... Vendes viajes, vendes aventuras, vendes experiencias... Eres lo más parecido que existe a vender sueños.

Pero ahora que he escrito esto me vuelve mi pregunta a la cabeza. ¿Por qué yo? ¿Por qué me ofreces a mí quedarme con la tienda cuando te jubiles?

Supongo que tendrás tus razones, pero no puedo evitar pensar en lo difícil que va a ser. Esta tienda tan grande estará muy vacía sin ti. Pero si es lo que tu quieres... Yo puedo intentarlo. Pero que sepas que el sillón de la pequeña salita está reservado para cada vez que te apetezca venir... Y espero que eso ocurra a menudo.

Esta es mi respuesta... En una carta dentro de un libro que recientemente te he pedido para releer. Oliver Twist. ¿Qué mejor manera de simbolizar un nuevo comienzo que el principio de todo?

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