"La tortura de escribir, al fin y al cabo, es un castigo maravilloso elegido voluntariamente. Un castigo de libertad."
Alfonso Ussía

martes, 12 de noviembre de 2013

Testimonio de un alma rota en pedazos

Quizás el tiempo nos acabó consumiendo. Y con cada granito de arena que caía, aterrizando en la parte baja del reloj, se desvanecía una parte de nuestro alma. No sé desde cuándo siento este vacío, ni siquiera sé quien controla la mano con la que escribo. Mi amargura es demasiado abstracta como para describirla con simples palabras. A mi soledad le faltan alas para salir volando, y cada vez que intenta saltar del nido solo acaba cayendo estrepitosamente al suelo, haciendo más obvia su presencia. El silencio es algo frío, que me penetra por la piel por muchas capas de ropa que me ponga. Creo que no queda ni un rayo de luz perdido para mí, todos os los llevasteis tú y tu malditos ojos claros. Que me he quedado solo, con la única compañía de un melancólico bolígrafo negro y el potencial de un folio en blanco. Todo es gris y solo brillan mis ojos, porque cada vez que recuerdan haberte visto no pueden evitar ahogarse entre sollozos. El mundo es grande, enorme. Y las distancias que nos separan multiplican los metros. Y yo me hallo a años luz de todo, sobre todo de ti. Tocado y hundido, perdido en algún lugar entre la tierra y lo inhumano de tu sonrisa. Abandonado, por meras excusas. Dilo claro, has visto que no valgo. No soy suficiente para ti. Y el tonto soy yo. Lo sabía desde el principio. Pero jamás pensé en que estaría tanto tiempo contando las pecas de tus mejillas y recorriendo con el dedo la carretera de tu pelo rizado. Ya está. Es el fin.

Quizás me comprendas, quizás no. Nunca lo sabremos. De momento me seguiré escondiendo entre las líneas de un relato no escrito y viviendo en la sombra de árbol bajo el que soñaba. Y volveré a quemar papeles y a liberarme por medio de absurdos textos inútiles. Pero al menos esto me da la tregua suficiente para tener tres horas para dormir y soñar que quizás volverás. Aunque sé que eso no pasará. Y que mi boca no volverá a sonreír mientras te espero sentado en el banco de enfrente de tu casa. Y que nunca volveré a oírte susurrar que me quieres. Y que ya nunca volveré a cogerte de la mano para dar un paseo después de llover.

Solo te pido que no me vuelvas a llamar y que desaparezcas. Quizás te sientas culpable, pero entiende que yo me siento vacío. Vacío y sin ganas de soñar. Porque en ti puse todo... Y no vi el error hasta que llegó el final.

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