Es muy complicado reorganizar mi vida sin ti, sobre todo después de más de cincuenta años a tu lado. Ahora mi vida eras tú. Eres tú. Habíamos creado demasiadas costumbres, demasiadas tradiciones, demasiada rutina. La cama es enorme y, por muchas mantas que me ponga, tengo frío sin que tus pies rocen los míos. La noches de insomnio son eternas sin que te pueda ver dormir mientras sonrío. Y el silencio, ese silencio que grita a voces tu ausencia, me martillea la cabeza cada momento y me está empezando a volver loco. La casa está llena de instantes a tu lado, anécdotas medio perdidas y recuerdos empañados.
No sabes cuánto quema pensar que todo se ha ido contigo. Los paseos con las manos entrelazadas y las películas en el sofá. Incluso echo de menos nuestras discusiones y nuestros pequeños encontronazos. A las buenas y a las malas dijeron... Y tenían razón. Pensaba que los malos momentos aparecería tarde o temprano, sí, pero también pensé que los resolveríamos... juntos. Y esa es la parte que falla y lo rompe todo. Juntos.
Porque sí, puedo ir a visitarte y cogerte de la mano, y contarte mil recuerdos y mil historias sobre lo que sea. Pero nadie sabe lo que es que la mujer con la que lo has compartido todo pregunte: "¿Quién eres?" cada vez que entras a la habitación del frío hospital. Pero bueno, supongo que tengo que aceptar que eso es lo que hace el maldito alzheimer. Y que si este amor sigue vivo... Solo es por mi.
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