"Silencio. Solo silencio. La sala
está llena de gente, pero para mí solo hay un
espeso y ensordecedor silencio. Yo
también estoy callada, igual porque todavía
no me he dado cuenta, o no me he
querido dar cuenta, de lo que realmente
significa este silencio. Veo a mi
madre llorando, pero no la escucho. Mi sentido
de la escucha se ha ido junto con
el último pitido del electrocardiograma. No
puede ser, no todavía. Un médico me
obliga a salir de la habitación, pero no
puedo, mis piernas no responden.
Hasta que noto que una mano me agarra
y me guía hasta la sala de espera.
La mano es de Miguel, mi mejor amigo. Al
llegar a la sala de espera nos
sentamos con las manos todavía agarradas y me
quedé dormida en su hombro, bajo su
mirada fraternal. Miguel es mi punto de
apoyo, es aquel que siempre ha
estado ahí cuando le he necesitado, tanto en
lo bueno, como en lo malo; y sobre
todo desde que empezó el problema un año
Mientras duermo, sueño que me he
caído en un hoyo y que no puedo salir;
pero, de repente, aparece una mano
a la cual me debo agarrar si quiero ser
libre. No sé de quién es la mano,
pero irradia confianza, así que me agarro a
ella. Sin embargo, justo en el
momento en el que nuestras manos rozan, me
despierto. Seguía en el mismo
sitio, en la sala de espera, pero Miguel ya no
estaba. Entonces, surgió esa chispa
de esperanza que me decía que todo
había sido un sueño, que si cruzaba
la puerta le vería, me soltaría uno de sus
comentarios sarcásticos y notaría
ese brillo en los ojos tan característico suyo.
Con esa esperanza fui corriendo a
la habitación y al abrirla me quedé
extrañada. La cama estaba
perfectamente hecha, como si estuviera esperando
albergar a otra persona. Entonces
me vibró el móvil. Era un mensaje de Miguel
en el que decía que tenía que
haberse ido porque se le hacía tarde y que
volvería mañana. Entonces un golpe
de emociones me hizo caer al suelo. Por
fin pude asimilarlo, mi padre había
muerto.
Los siguientes días fueron
horribles. Solo lloraba y dormía, lloraba y dormía.
Tan solo salía de mi habitación a
por agua y al baño. No hablaba con nadie,
incluso apagué el móvil para no
recibir llamadas o mensajes. Cualquier cosa
que veía era motivo de llanto en
recuerdo a mi padre: Peter Pan, el libro que
más me gustaba que me leyera mi
padre de pequeña; la guitarra española que
me regaló por mi cumpleaños; el
vestido que elegimos juntos para la gala del
colegio… Todo. Dormía unas
dieciséis horas y lloraba el resto. Y no dejaba
entrar en mi habitación a nadie. A
nadie.
Pasada una semana y media, más o
menos, un domingo, llamaron a mi puerta.
Miguel había venido a hablar
conmigo. Era la tercera vez que venía y todavía
no había conseguido que le dejara
pasar y esta vez no iba a ser diferente.
Por más que me suplicó y me rogó no
le deje entrar. Antes de irse me pasó
una nota por debajo de la puerta.
Sin leerla, la arrugué y la tiré al suelo. Cogí
una hoja de cuaderno y escribí en
grande: “DEJAME EN PAZ”. Oí unos pasos
alejándose y volví a quedarme
dormida. Tuve el mismo sueño que en la sala
de espera. Yo, un hoyo y una mano;
solo que esta vez la mano se iba alejando
poco a poco. Me desperté y empecé a
llorar. Creí haber entendido el sueño. La
mano era la de mi padre y sentía
que me estaba abandonando. Me sentí sola.
Completamente sola. Más que nunca."
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